Sábado noche en el Orzán

Estoy apoyado en una pared del Grietax. Son las tres de la mañana y, para mí ya es demasiado tarde, de hecho, lo tendría que ser para todos. Pero la noche acaba de comenzar. No quiero bailar. Sólo estoy haciendo tiempo. Tengo puesta una camiseta roja de algodón con una cruz blanca en la parte frontal en la que está bordado "Danmark". Llevo un pantalón veige que se sujeta con unas gomas que, creo, están tensas de más. Calzó, como siempre, mis Tex marrones y negros, sucios por los cubatas de los demás y las pisadas inoportunas. Una mano en el bolsillo, la otra aguanta un vaso en el que sólo hay Fanta Naranja con dos cubitos de hielo. Cualquiera podría decir que es un destornillador, pero yo sé que no lleva ni una gota de vodka. Suena "Tortura", de Shakira y Alejandro Sanz. A pesar de Alejandro Sanz y de la peculiar voz de Shakira, de tanto oírla, no me cuesta aceptar la canción. Puede que incluso me guste, aunque me resisto a admitirlo. Mi primo y sus amigos parecen pasarlo bien. Me alegro. Así no se preocuparán de si yo lo estoy pasando tan bien y me dejarán en paz. Ahora sólo pienso en regresar a casa y dormir.
—Voy a pedir. ¿Quieres algo?.—Arturo intenta que me sienta a gusto. No es por él. De todos modos, estoy bien. Sólo que tengo sueño, estoy cansado y la música podría ser mejor (y podría tener a una tía cachonda a mi lado morreándose conmigo).
—No, gracias, tío. Estoy bien. No hay fallo.—Agradezco su gesto mientras veo en el fondo a una chuti que no está nada mal. Sonríe hasta que ve que me fijo en ella. No me sostiene la mirada. Mal rollo.
Oye, ¿ves a esa tía de ahí?—Luis parece que está en estado de trance.—A esa la conozco yo.
—Pues está bien cachonda.—Seguro.
—Se llama Ana, es de Arquitectura, creo. Viste vaya par de perolas. Ja, ja, ja—.
—Como un mundo.—La conversación no da más de sí, pero no estamos pensando en hablar ahora mismo.
Cambiamos de garito.—Pedro no ofrece alternativas.
—Yo no, yo creo que no. Estoy cansado. Además, mañana quedé para una pachanga por la mañana con Brais y José.—Miento.
Hay que ser julais. Un domingo por la mañana. Yo no iba ni loco.—Pedro.
—No me jodas, ahora empieza lo mejor. Esto está lleno de tías y el alcohol es barato.—Luis también miente.
—Que no, me voy. De verdad. Pasadlo bien y tal y Pascual. Me voy, van a ser las tres y media y, entre que llego y tal, pues eso.—No bebí esta noche, pero mi riqueza léxica parece indicar lo contrario.
Me voy. La calle Juan Canalejo es un hervidero de gente. La mitad, está borracha o presume de estarlo. Camino contracorriente. Un temerario intenta atravesar la zona en coche, aunque apenas avanza entre la indiferencia de unos y las protestas de otros. En la avenida Barrié de la Maza todo se suaviza. A esta hora, las tres y media, comienzan a formarse las colas para subirse a los taxis. No sé por qué, pero yo bajé el coche hoy. Es una tontería, porque lo dejé en Ciudad Jardín y, llegar ahí caminando es recorrer medio camino a casa.
Al llegar a la Plaza de Portugal casi estoy en soledad. Una pareja a la altura del Playa y tres chicas en la entrada de Fernando Macías. Nada más. Se oye el barullo de la zona de marcha, pero ya es un ruido lejano. Subo por un lateral del colegio en el que pasé trece años de mi vida, el Hogar de Santa Margarita. Cada vez hay menos ruido, cada vez estoy más solo. Abro el coche. El ruido de la puerta se magnifica, al menos en mis oídos, ante la tranquilidad de la calle. Una vez dentro, el cristal se empaña suavemente. Enciendo el coche y pongo en funcionamiento el ventilador. También enciendo el equipo de sonido. En los altavoces suena "Feijão de corda" de Daniela Mercury. El sueño me cierra los ojos, pero me froto la cara, parpadeo fuertemente y continúo.

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