Viaje a Madrid

Llevo cuatro horas en el coche y aún no estoy cansado. Es un día soleado, un buen día. Viajo hacia Madrid. Quiero aprovechar los días que me quedan antes de comenzar en el nuevo trabajo y tengo muchas ganas de volver a la capital de España. Me gustan las ciudades grandes y me gusta Madrid. Allí vive Adriana, la novia de Pablo. Ya he quedado en que podía dormir en la habitación de su compañera de piso, que estará vacía desde hoy, pues regresa a Argentina—las dos son de ese país—. Ayita, que es como le gusta que le llamen a Adriana, contribuirá a que mi aventura madrileña me resulte más económica de lo previsto.
Tenía el depósito de gasóleo en reserva y reposté antes de salir, en la gasolinera de A Grela. Pero ahora, que estoy a poco más de sesenta kilómetros de la Torre de Moncloa, ya vuelvo a quedarme sin combustible. Escucho "Papa's Got A Brand New Bag", James Brown. No sé por qué, quizás sea el funky, quizás todo lo que ocurrió este fin de semana, pero estoy eléctrico. Parece que me hubiesen puesto Red Bull en las venas en vez de sangre. Veo una gasolinera. En el coche, suena "Too Funky", del señor Brown, como no. Salgo de la autovía. Necesito repostar y estirar las piernas.
Aparco el coche en el surtidor más próximo a la caja con la esperanza de que no sea autoservicio. Me equivoco. Joder. Odio tener que echar el gasóleo yo: ensucia. Llevo puesto un pantalón negro de poliéster muy suave al tacto, una camisa de lycra y poliéster negra, un blasier beige y unos zapatos negros de imitación de piel. Quito la tapa del depósito. Cojo con desprecio la pistola de la manguera surtidora. Echo treinta euros—cuánto mejor hubiese sido haber viajado varios en este coche, abarataría mucho más el trayecto—. Una vez recargado el combustible, me limpio las manos al pañuelo. Froto con la fruición que representa estar libre de manchar de gasóleo mi blasier. Es una obsesión, una de tantas.
Voy a pagar desganado. Treinta euros. Me cago en el gas-oil. Entro en la tienda, pero no veo a nadie en la caja. Cojo un paquete de gominolas, me apetece. Me acerco al mostrador y pregunto:
—Hola, ¿hay alguien?
—Un momento, por favor.—Oigo una voz femenina como si la persona que la produjese estuviese en el exterior de la tienda. Unos segundos después, entra una chica de unos veinticinco años y buena presencia.
—Quería pagar. El surtidor dos. Ah, y quería estas gominolas.—Aclaro.
—Muy bien, treinta y uno con ochenta.—La dependienta me mira con cara de extrañeza. Parece que hay algo en mi cara que le incomoda.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me mira así?.—
—Señor, ..., tiene una mancha en la solapa de la chaqueta.—Señala debajo de mi cuello.
Mierda, mierda, joder. Lo sabía, ya era mucho. Mierda. ¿Quién coño me mandará a mí comprar ropa clara? Ya estoy de mala hostia. Joder.—Tengo una macha de gasóleo en la solapa derecha de mi blasier. Es una mancha fea, me da un aspecto descuidado. Iba impecable, ahora parezco un pordiosero.
—Es sólo una mancha, ya verá como da. Además, seguro que tiene mil chaquetas como esa—.No consigue animarme, al contrario.
¿Mil chaquetas? Lo que tengo es ganas de dar mil hostias. ¿Entiendes? No me digas lo que tengo y lo que no tengo, tú cobra, puta de mierda, y ya está, ¿vale?—.No me reconozco, estoy fuera de mis casillas.
Me froto la cara con fuerza. Paso las manos desde las sienes hasta los extremos de las mandíbulas. Noto calor en mi cara y me siento agresivo. Hasta me doy miedo a mí mismo. Tengo que irme de aquí antes de que diga o haga alguna burrada.
—Perdone, no sé qué me pasa. Disculpe, usted no tiene la culpa de nada. Perdón.—Me disculpo con insistencia. Ella no me mira a los ojos, sino que mantiene la vista en la mancha. Me cobra y me da la vuelta. Yo no sé hacia donde mirar. A los dos nos tiembla el pulso. Me voy. Esto no es normal, ¿o sí? Hay gente que tiene un pronto jodido, tal vez, ahora, renazca el mío. Me estoy volviendo loco.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

un kit-kat:
no te localizo, llámame, hoy 30 a las 21 en el gaucho.
soy ruben

Anónimo dijo...

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