De nuevo en el paro

Tres días, sólo tres días. Esperaba que mi nuevo trabajo fuese algo más duradero, aunque fuese un contrato por obra. Yo no tuve nada que ver en el fin de la relación contractual. La empresa para la que trabajaba necesitaba reducir costes, había contado con mis servicios por falta de personal, pero paradójicamente, si no lograba aumentar el volumen de su facturación debería deshacerse de trabajadores. Eso fue lo que pasó, fallaron los acuerdos con varias factorías y yo me veo ahora desempleado. Otra vez.
De nuevo, todo en tiempo del mundo es mío. Estamos en navidad y vivo solo. Tiempo, frío y, al contrario que todos los años de mi vida, sin lluvia. Esas son mis posesiones. Y amigos. Sin familia, sin trabajo, sin pareja y con dos muertos en mi conciencia, sin apoyarme en ellos, sería complicado sobrevivir a la nochevieja. 29 de diciembre de 2005. Hoy es el cumpleaños de Pablo. Puede ayudarme a digerir la noticia de ayer. Quizás, olvide por unos minutos que me he convertido en un asesino, en un tipo agresivo que cada vez tiene menos escrúpulos para actuar según le plazca, en alguien que reprobo, que no comprendo que forme parte de mí y que, a la vez, acepto sin pedir las explicaciones que merece. Creo que me estoy volviendo loco y, lo peor del caso, que soy consciente de ello.
Ya estoy casi listo para ir a Ferrol a casa de Pablo. Me pongo un abrigo clásico de tres cuartos gris oscuro que me regalé estas navidades. Me miro al espejo. Sonrío. Me doy palmadas rítmicamente en las mejillas, como aquel antiguo anuncio del masaje Williams. Mientras me preparo para irme a la fiesta de cumpleaños escucho "Fly Me To The Moon" de Frank Sinatra. Camino por casa bailando con el paso, a tono con la canción de Blue Eyes. Cojo el móvil y marco el número de Pablo.
—Hola, Chiño. ¿Qué tal?—Contesta Ayita, su novia.
—Hola, Adriana, voy para ahí. Llegaré sobre las dos y media. ¿Muy tarde?
—No, loco, está rebién. Qué bueno que vengas. Así podés conocer a las amigas de Argentina que vinieron estas navidades de las que te hablé, Cintia y Delia.
—Vale, tengo curiosidad por conocerlas. Dime Ayita, ¿está el Carca por ahí?
—Y claro, ahora te lo pongo. Nos vemos, Chiño.
—Chao, Ayita.
¿Qué?—Pablo, siempre tan cordial.
—Felicitacione bambino, igual me tienes por ahí a las due e media. ¿Prace?
—A ver si vienes un pelín antes, que queremos ir a La Vaca Argentina a darnos un atracón de carne de la buena, Chiño, ¿podrás?
—Lo intentaré, pero no te prometo nada. Teño que facer unhas cousas antes de ir,—esto lo digo para justificar mi más que posible retraso a pesar de no haber motivo específico—e sabes que aínda non aprendín a voar. Intentaré estar, sino, empezar sin mí, aunque sea muy duro perderse al puto amo.
—Inténtalo, estaría bien a las dos. Te esperamos, Anxo.
—Vale, fenómeno, ya te digo que lo intentaré. Chao.
—Chao, Anxo.
Vuelvo a mirarme al espejo. Sonrío y repito el ritual de las palmadas. Cambio de corte en el disco de Frank Sinatra. Ahora suena "It Had To Be You".

De compras en Cuatro Caminos

Me equivoqué. Hace demasiado frío para ir vestido así. Llevo puesta una camisa negra de un tejido sintético tan suave como fino, un pantalón de lycra gris oscuro y unos zapatos negros sin cordones de imitación de piel. Como único abrigo, visto una levita negra que, aunque luce mucho, no me ampara de los dos grados que soportamos los coruñeses en el atardecer de hoy. Las bajas temperaturas de estos días son extraordinarias en esta ciudad. Anoche escuché en La Rosa de los Vientos que el cambio climático que está acelerando la acción del hombre provocará una subida progresiva del nivel del mar y éste se tragará varios kilómetros de costa, quizás, media Coruña.
Son las seis de la tarde y ya casi es de noche. En la calle Ramón y Cajal se respira la navidad de El Corte Inglés. Las luces del centro comercial iluminan medio barrio de Cuatro Caminos. La gente se amontona en las aceras dispuesta a gastar compulsivamente. Yo no voy a comprarle nada a nadie. Vivo solo, desde que mis padres regresaron a Suiza, nadie me regala nada y correspondo esos detalles. Mi intención es ir a C&A y encontrar una camisa de pana azul con estampado blanco que vi en el escaparate la semana pasada. Es original y me gusta. De hecho, me gusta todo lo azul, aunque detesto la pana, pero haré una excepción. Necesito una de talla tres, ojalá la haya.
Paso por los soportales de El Corte Inglés de la calle Ramón y Cajal. El aire acondicionado se nota desde fuera. La gente va muy arreglada por esta zona, acorde con el olor a perfume que también se puede sentir desde el exterior, no en vano la sección de perfumería y cosmética de El Corte Inglés está a unos metros de mi situación. Me río. Es paradójico ver mi calma y como los transeúntes se estresan por comprar, por tirar su dinero. La mayor parte de sus adquisiciones no son para ellos, sino para otras personas, qué locura.
Entro en Cuatro Caminos Centro Comercial. El aire acondicionado también actúa aquí, pero nada que ver con la gran área contigua, se puede respirar. Me abro paso entre los clientes de la navidad. Avanzo hasta la entrada de C&A y compruebo que la camisa sigue en el escaparate. Perfecto. Estoy contento y canto mientras busco una de la talla tres:
—Miña tía era solteira pero casou co viño. Criticábaa a familia, criticábana os veciños polo tempo que botaba coa botella nos fociños. A miña tía así finou, bebendo todo o que lle petou, non reparaba na calidade nin se paraba na cantidade.—Mientras entono "Miña tía" de Ca Lúa, encuentro lo que busco. Voy al probador, que está vacío. En dos minutos, me convenzo de que esa camisa es lo que necesito. Me dirijo a la caja. Casi es imposible hacerse camino entre los estantes de ropa y la gente. Llego a la caja. Afortunadamente, aquí tampoco tengo que esperar.
—Son 11,90 euros, señor.—Me atiende una chica de unos veinticinco años, 1,70 de estatura, delgada, morena de solárium y muy maquillada. Es guapa, el maquillaje le hace un favor. Me sorprende al decirme el precio, es menos de lo que esperaba.
—Pero, ¿cómo? No entiendo. ¿11,90? En la etiqueta marcaba más.—Soy gilipollas.
—Sí, pero está de oferta caballero.—¿Caballero? ¿Dónde coño vio mi montura?
—Ah, vale. Por mí, estupendo. Pero mejor sería que tuviese el precio correcto en algún lado, ¿no?—Actitud poco comprensible, pero me jodió lo de caballero y sigo en mis trece aunque el perjudicado sea yo.
—Mire, señor,—otra vez jodiendo—, no sé qué decirle. El código de barras marca este precio. Si no está conforme, págueme la diferencia.—Sonríe. Puta gracia que me hace. Pago con malos modos, cojo la camisa y mascullo:
—Puta de mierda. Tendría que follarte y luego arrancarte la garganta con mis propias manos para que dejases de escupir babosadas. Puta.
—¿Perdón? ¿Está hablando conmigo?—La dependienta no escuchó, por fortuna, lo que dije, pero por su mirada intuye que no es un piropo.
—No. Sólo estaba cantando. Una canción de Ca Lúa. ¿Los conoce?
—No, la verdad.
—Bo nadal e feliz aninovo.
—Igualmente, caballero.
—Puta—.Vuelvo a insultarla para el cuello de mi camisa.

La torniqueta

Cholo, Berto, Juan, Uxío y yo. Atrás queda ya mi primer día de trabajo. Todo fue bien. Compañeros amables, jefes ausentes, un desempeño llevadero y un horario razonable. Espero que siga así por muchos años. Ahora, toca relajarse. Estamos los cinco amigos reunidos en Perillo, en una parrillada a la que solíamos ir Uxío, el hermano de Juan y Cheché. Tanto Cheché como el hermano de Juan no nos pudieron acompañar hoy, los echaremos en falta, lo pasábamos bien, al menos yo, con ellos de comensales. Todos, menos Juan, son adoradores del churrasco. Yo me presto a la ocasión. Me gusta el churrasco, aunque no a su nivel.
Las primeras bromas llegan por mi calzado. Mientras esperábamos en la barra, Berto no pudo evitar fijarse en mis zapatillas Adidas azules de plástico. Su brillo es intenso, parece que son un tubo de neón azul. Nos metemos con las pintas que llevamos cada uno de nosotros, peculiares como mínimo. Una vez en la mesa y con la carta en la mano, comienzan las discrepancias.
—A mí no me apetece churrasco. Creo que voy a pedir pescado. Lenguado a la plancha, tal vez. A lo mejor, lubina al horno.—Juan sorprende.
—Vamos a ver, Juan. ¿Llevas un minuto entre nosotros y ya das problemas? Esto no funciona así. Esto es El Gaucho Díaz. Aquí se come churrasco. Uxío va a pedir por todos, como siempre, tiras de churrasco de cerdo o de cerdo y de ternera, una menos que el número de comensales, un chorizo criollo por barba, patatas fritas, ensalada, pan, vino y agua. Así va esto.—Trato de que Juan no se cargue la liturgia de este tipo de cenas.
—Y gaseosa.—Juan pone la puntilla. Asentimos con la cabeza.
Me había olvidado de la gaseosa. En unos segundos, el camarero aparece para cubrir la comanda. Pide Uxío y Juan, que no está conforme del todo, sigue dando la nota:
—¿Hay mollejas o riñones?—El camarero niega sin decir palabra. Todos miramos contrariados a Juan. Finalmente, parece cómodo con el pedido.
Las anécdotas se hacen las dueñas de la cena y la comida se convierte en una mera excusa para charlar y reírnos un poco de nosotros mismos. Entre risa y criollo, Cholo nos habla de un amigo suyo que dice haber encontrado la forma de proporcionarle el mayor placer posible a una mujer.
—¿A una mujer? ¿A mí qué me importa eso? Quiero disfrutar yo, para eso están las mujeres.—Berto.
—Créedme, ese colega que tengo es un friki de cojones. El tío frecuenta los ambientes menos recomendables de la ciudad y, la verdad, el cree que descubrió la pólvora. Según él, tienes que meterle una mano en la vagina y otra en el culo y con un dedo de cada mano presionar hacia dentro hasta que la presión la note en la toda la zona intermedia, ¿entendéis? Le llama la torniqueta.—
—Pues sí que está jodido el pavo ese. La torniqueta. Ja, ja, ja.—Empieza Berto a reírse y le seguimos todos.—Seguro que se lo dijo una puta y se quedó con el sistema, pero no creo que tenga esos resultados que él supone.
La cena finaliza con un postre que multiplica la cuenta y pone a prueba nuestra capacidad estomacal. Pagamos a partes iguales y nos despedimos. La torniqueta. Parece algo sencillo, nada del otro mundo. Por muy pirado que esté el amigo de Cholo, puede que esa táctica dé resultado. Quién sabe. La torniqueta. Tiene gracia hasta el nombre: torniqueta.

Otra vez en A Coruña

Ni Keila consiguió que me olvidase de mi segundo ¿asesinato? Yo no lo hice con alevosía, era cuestión de su vida o la mía. Podría referirme a ello como una muerte accidental. Sí, así lo haré. También fue accidental lo que ocurrió en O Ventorrillo. No puedo culparme por accidentes, desgracias azarosas, pero tampoco logro olvidar. Quizás, correr, como estoy haciendo ahora mismo, me ayude a eliminarlo de mi mente. En el regreso a Galicia, traje a Ana y Ayita. Las dos me notaron extraño, eso decían. Mañana, comienzo en mi nuevo empleo. Todo debe volver a la normalidad. Me esforzaré en que así sea. Antes quemaré un poco de adrenalina en el Paseo Marítimo.
Ahora sólo puedo ver baldosas verdes, marfiles, granates; baldosas. Farolas rojas. Gente que corre, que pasea. Luces de semáforos. Coches. Las olas rompiendo y muriendo en la arena. Y Bob Marley suena en mi cabeza. "So Much Trouble In The World". Su ritmo es demasiado lento, pero me adapto a él. Cada golpe de bajo, una zancada. No llevo walkman, no me hace falta. Conozco de sobra esta melodía.—So much trouble in the world, so much trouble in the world—. Cada paso es un triunfo. Necesito correr, necesito quemar adrenalina y, sobre todo, necesito olvidar. Anoche, en La Rosa de los Vientos, debatieron sobre la hipótesis que explica que Jesucristo sobrevivió a la crucifixión y se refugió en Cachemira hasta que murió a una edad avanzada. Aún me queda más de la mitad del recorrido de ida. Y tengo que volver al coche.
El sudor me molesta en los ojos. Tengo las cejas muy pobladas, pero no basta para frenar el líquido que expulso desde mi cuero cabelludo y evitar que entre como misiles salados en mi cavidades oculares. Es una sensación desagradable. Me froto como puedo con las manos, también empapadas en sudor, pues el que libero en ellas se junta con el que llega de mis brazos. Lo único que consigo es que me piquen más. Escupo. Es la tercera vez que escupo en el último minuto. Es por costumbre, realmente no debería escupir, mi garganta está lo bastante seca como para hacerlo de nuevo. Pero vuelvo a escupir. Siempre procurando no darle a nadie ni que el escupitajo caiga en su camino. Regurgito una flema y otra vez.
Me duelen las plantas de los pies. La suela de mis zapatillas Levi's amarillas es muy fina y, además, está tan gastada que siento el relieve del suelo golpearme cada vez que piso. Los salientes de las baldosas se me clavan como puñales. Llevo un ritmo de zancada muy fuerte, me estoy fatigando sin motivo. Voy a tener que parar contra mi deseo.
Se cruza realizando el camino opuesto al mío un anciano que me encuentro cada vez que corro por el paseo. También cruzamos las miradas. No nos saludamos, pero al mirarnos mostramos una señal de respeto, como reconociendo nuestra presencia y admirando cada uno el esfuerzo del otro. Él cojea de la pierna derecha, viste un chándal azul marino y un chubasquero azul. Protege sus manos y su cabeza con guantes y un gorro de lana negros. Se nota en su gesto que la caminata le produce dolor. Mi gesto, honestamente, creo que es mucho peor que el suyo. Supongo que tengo la cara desencajada, colorada por el frío y con algo de baba en los bordes del labio que siento que me quedó tras escupir repetidas veces. No puedo más. Paro de correr. Ahora camino, pero en dirección al coche. De nuevo hacia el Millenium. Mañana tengo que empezar en mi nuevo trabajo, así que no me voy a pasar la víspera.

Noche en Moncloa

No puedo ver con nitidez los rostros de los otros tanseúntes. Camino sin destino fijo, absorto por la música que suena en mi reproductor de mp3. Creo que estoy en Alberto Aguilera o una calle muy parecida. Recuerdo que en Moncloa hay un local que me gustaría visitar. La última vez que estuve en Madrid con Tilo, él se negó a entrar. El Manantial de la Salsa, así se llamaba el garito. Estaba a rebosar. No había otros pubs en los alrededores y en ése cabían todos los que querían entrar. Me encanta la salsa y me quedé con ganas de marcarme algún baile en ese templo caribeño. Madrid es demasiado triste para un caminante solitario, cualquier sitio lo es menos el Paseo Marítimo de A Coruña. Debo relajarme y tratar de olvidar, al menos el pasado reciente. Ayita me preguntó qué tal terminé la noche. Como es lógico, tuve que ocultar parte de la verdad. No le mentí. No va conmigo, no soy así, no miento. Jamás. Sólo cuento la verdad que se puede contar. Nada más.
—'Cause you're beautiful. Like no other. 'Cause you're beautiful. Maybe tonight, they'll see you tonight. Beautiful .... beautiful. And it's no good waiting by the window. It's no good waiting for the sun. Please believe me, the things you dream of they don't fall in the laps of no-one—. Canto con voz baja lo que suena en mis auriculares: "Flawless (Go To The City)", de George Michael.—Absolutly flawless.—Es fácil seguir el ritmo de esta canción. Adapto mi forma de caminar al tempo de la música. Llevo puesta una chaqueta de punto con un refuerzo frontal de imitación a piel de color marrón oscuro. Debajo, llevo una camiseta granate de manga larga, ajustada al cuerpo. Visto un pantalón de lycra gris marengo con rayas blancas muy finas y calzo unos zapatos de suela alta negros, también de imitación de piel. Una cadena gruesa plateada, que no de plata, brilla en el poco espacio que deja la abertura de la cremallera de la chaqueta. Tengo un aspecto estilizado y me siento cómodo. Es una buena noche para olvidar.
Estoy ya cerca del garito. Una chica me sonríe, eso creo. No llevo gafas, no lo podría asegurar. Le sostengo la mirada. . Me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Pasa y no la pierdo de vista. Le hago un barrido visual de arriba a abajo. Ella se gira un segundo y vuelve a sonreír. Me gusta esta sensación. Se va. Morena, guapa y alegre. Buen presagio. Buena noche.—Always the same. Yes, you're movin' up. Well you've got to think of something' cause your job pays you nothing, but you've got the things God gave you. So, the music may yet be your saviour.—
Es como lo recordaba. Gente fuera, mucha gente. Guardo los auriculares y el reproductor de mp3. Se llama El Manantial de la Salsa, pero está sonando "El Rompecintura" de Los Hermanos Rosario, merengue puro. Doy el cante. No logro ver a ningún blanco en la entrada. Tal y como recordaba. Entro. Algún tío me mira con curiosidad y desprecio, pero procuro no alterarme por eso. Me abro paso como puedo, manos en el bolsillo para evitar problemas, hasta la barra. Me atiende una chica con cara de resignación.
—¿Qué te pongo?—
—Un destornillador.—La chica parece no entender mi pedido.
—¿De punta plana o de estrella? ¿Qué quieres, papi?—Se hace la graciosa, pero no demuestra alegría. Veo que no trabaja el argot alcohólico aunque sabe algo de bricolaje.
Vodka con naranja, Schweppes, si puede ser.—Le digo bien alto. El volumen de la música me obliga a ello.
—¿Qué vodka? ¿Eristoff, Finland, Absolut? ¿Qué?—
—El que quieras, joder, el que quieras.
—Okey, papito.—No es su día. Creía que podía ser el mío.
Con el vaso de tubo en la mano, me muevo hacia el centro de la pista. La música y el baile evitan que la gente se fije en mí. Mejor. Parece un ambiente demasiado cerrado. Basta con alzar la vista y ver más de cinco banderas de Quisqueya, bandanas con los colores nacionales y hasta tops con la enseña dominicana. No soy el típico cliente, pero aspiro a serlo.
Hay dos chicas en la barra que están hablando y riendo. Una de ellas me mira de reojo. Me dejo querer. Qué cojones. Me acerco a ellas. ¿Por qué no? Salgo sólo de noche por una ciudad que no es la mía, entro en un pub repleto de dominicanos en el que parezco una farola en la noche y quiero bailar.
—¿Ta to? ¿Bailas?—Intento ganarme su confianza rápidamente.
—To ta.—Ríe.—Tú no eres dominicano. ¿Por qué saludas así?—No le molesta mi burda imitación del acento de República Dominicana. Es más, le hace gracia. La amiga no dice nada.
—Mujer, no eres la primera dominicana con la que hablo. ¿Cómo te llamas?—
—Keila, me llamo Keila, y ¿tú? ¿No eres español?—
—Soy gallego, me llamo Anxo, pero todos me llaman Chiño. ¿Conoces Galicia?—Bien. Hay conversación. Va todo como debería de ir.
—¿Anso? Me gusta ese nombre. Galicia es un sitio como Irlanda me dijeron, ¿no?—Pronuncia mal mi nombre, pero esto no es una clase de fonética.
—¿Irlanda? ¿Acaso conoces Irlanda?
—Por las películas, jevito, por las películas.
La conversación sigue por la rama antropológica. A los diez minutos, la amiga de Keila decide irse. Mejor. Poco después, pasamos al baile. No lo hago bien, lo suficiente para no hacerle daño y no pisar a otras personas. Reímos. Todo culmina con la frase esperada:
—¿Tienes algún sitio por aquí adónde podamos ir?—Me susurra al oído.
—Lejos, ¿y tú?—Ella asiente con la cabeza a mi pregunta.—Absolutly flawless.—
—¿Qué dices? No te entiendo.—
—Nada, olvídalo.—