Desidia

La sala huele mal. Un olor molesto que no sabría clasificar inunda mis fosas nasales. Hace calor, no me extrañaría que estuviésemos a 30º C. Estoy recostado en el sofá y miro la tele con desidia. Llevo puesta la misma ropa que ayer y que anteayer—excepto los calzoncillos y los calcetines—, una camiseta gris de promoción de Fanta y un pantalón de chándal azul, de mercadillo, de mala calidad. Cambio el canal por inercia, no le presto atención a nada en especial. Bueno, sí, quizás, me paro un poco más en una película de John Cusack y Kevin Spacey. Se trata de "Medianoche en el jardín del bien y del mal", dirigida por Clint Eastwood. Ya la había visto, pero me entretiene. Hace tres días que no me afeito. Desde la pasada semana luzco una perilla rectangular que va desde el labio inferior a la base de la barbilla. Ahora, prácticamente se confunde con la barba de tres días que me proporciona un aspecto de dejadez fiel a la realidad. Pienso en mi situación actual, en el motivo de que esté así. Sin trabajo, sin amor y puede que sin salud—cada vez considero con mayor firmeza que mi mente no funciona bien—. No hay perspectivas de futuro, de hecho, no hay presente. Vivo el hoy como si ya formase parte del ayer. Estoy muerto, pero sigo respirando. He perdido el contacto con mis amistades. En el último mes, me he limitado a cancelar todos los compromisos que había acordado y he rechazado todas las propuestas para tener algo de vida social. Mi vida se ciñe a dos escenarios: mi casa y el paseo marítimo. Pero algo rompe el estado catatónico en el que me encuentro: suena el teléfono.
—¿Sí?—Pregunto con incredulidad; no estoy acostumbrado a que me llamen, desde hace un tiempo, no.
—Soy Cris, cuánto tiempo, cielo.—Cris. Joder, esto sí es inesperado.
—Sí, mucho.—Ella y yo fuimos pareja durante un año y cuatro meses. Me dejó por otro, aunque Cris lo expuso de un modo en el que yo pareciese el cabrón de turno, justo al revés de lo que ocurrió.—¿Se puede saber por qué llamas? Coño, podría haber muerto y no te habrías enterado. ¿Qué cojones quieres?—
—Cuanto rencor, Anxo. ¿Aún me odias? No me vengas con esas ahora, no tengo ganas de discutir.—Increíble, me llama y pretende exigir actitudes. Zorra.—Llamaba para saber algo de ti. Te apetece ponerte a la defensiva o, tal vez, quieres hablar como dos viejos amigos, como personas civilizadas.—
—Quizás, seamos de civilizaciones diferentes, porque, en la mía, a las mujeres como tú, se les llama putas o putas de mierda, que es lo que tú eres. Si esperas algo más de mí, vas lista.
—Ya veo. Penoso. Sabía que no lo habías superado, lo que no sabía es que todavía fueses más patético que antes.—
—Debido a que esta conversación me aburre profundamente y no me sirve para otra cosa que para malgastar mi precioso tiempo, voy a dar por finalizada nuestra comunicación.—Y cuelgo.
El teléfono vuelve a sonar. Dejo que se canse, pero vuelve a sonar. Hasta cuatro veces más. Supongo que es Cris. No voy a descolgar. Que se joda. La odio. Las mujeres guapas se creen poseedoras de un halo que les otorga el don de la corrección. Piensan que todo lo que hacen responde a un afán de buena fe que yo, sinceramente, no logro percibir. Creen que su cara bonita les permite hacer lo que quieran, carta blanca para todo tipo de decisiones. Craso error. No obstante, Cris no me inspira ganas de matar, como podría haber ocurrido. Me sorprende, pero lo cierto es que ahora no tengo sed de sangre. Tengo ganas de escuchar música, de escuchar algo bueno de verdad. Pongo Carlos Santana, "Evil Ways", perfecto.