La hora de la comida

Un Mesón en el Ensanche B. No me fijé en el nombre del local, no me importa. A duras penas, nos ubicamos alrededor de una mesa de madera lo suficientemente grande para que podamos comer todos en ella, aunque sea apretados. Bromeamos, hasta Pablo. Parece que, con el tiempo, se le pasó el cabreo. El reloj ya marca las cuatro y media de la tarde. Las tripas me cantan pidiendo ingerir algo de una vez. Por fin llega el camarero y posa las primeras viandas en un cutre mantel de papel. La vajilla, a juego con la protección de la mesa: ajada y estallada.
—¿Eso qué es? ¿Un centollo?—Pregunta Delia intrigada por uno de los integrantes de la mariscada que se marca el Carca.
—No, es un buey de Francia. El nombre engaña, es de Galicia. Es un crustáceo como el centollo, pero ves que tiene la concha plana—vaya palabras para explicarle a una argentina— el centollo tiene picos. Además, las pinzas del buey son mucho más grandes. A mí me parece que su carne es más sabrosa, pero es más difícil de coger buceando en las playas a cinco o seis metros. El centollo es otro cuento.—Toma lección de marisqueo para una hermana del otro lado del Charco.
—Yo creo que no voy a probar nada de eso. Sería un desperdicio. A mí no me gusta. Espero que no les parezca mal.—Asentimos con la cabeza y nadie pone reparos a la decisión de Cintia. Delia, no obstante, disfruta del marisco como todos.
Chistes y risas entre bocado y bocado. Al final el día salió bien. Nos despedimos con afecto y camino de vuelta. A mí me toca regresar a A Coruña con Pablo, el chaval que estaba de enhorabuena, pues necesitaba hacer unas gestiones la mañana siguiente y su coche le había dado un susto. Dice que quiere llevarlo al taller antes de atreverse a hacer más de dos kilómetros sin que se lo revisen.
Acabamos de dejar atrás Pontedeume, posiblemente, en la época de fiestas locales, el lugar del mundo con más bares por metro cuadrado. En la radio suena Marc Anthony, concretamente "El último beso". La canción me trae recuerdos amargos, en la boca saboreo desamor. Con todo, no puedo dejar de apreciar la belleza de la melodía y de su letra. Pablo no parece muy conforme con la música. Yo no le hago caso y canto en tono bajo, pero canto:
—El último beso que puse en tus labios todavía lo siento. Me diste un abrazo y, con el rostro triste, me dijiste adiós. No pude aguantarme y, al verte llorando, tuve que llorar. Y pasaron los años, muchos, muchos años y no sé dónde estás. No sé si eran tuyas, no sé si eran mías, lágrimas probé. Lágrimas amargas que humedecieron mis labios cuando te besé...—Pablo me interrumpe con un vocativo:
—Chiño, chiño, para un poco, tío. Baja un poco el volumen de esa porquería.—Le hago caso.—Vale, te conté lo de Tilo, ¿no?
—¿Lo de Tilo? No, no sé de qué cóño me hablas. Lo que pasó, pasó y nunca te olvidé. Lagrimas lloré, la vida no es color de rosa.—Sigo con "El último beso".
—Yo me había liado con Sandra, ¿te acuerdas?—Le digo que sí con la cabeza.—Ya sabes que entonces no tenía novia, pero no quería que lo supiese Ayita. Tilo no lo sabía y anteayer surgió el tema de Sandra y, para chulearme un poco, le dije que me había tirado a esa tía. Julio alucinó. Estuvimos vacilando y hablando de coña y le pedí que fuese una tumba con lo que habíamos hablado. Pero, cuál es mi sorpresa que, al día siguiente, Ayita me sale con lo de Sandra, que por qué no se lo había dicho. Es increíble, el secreto le duró un día. Le pedí explicaciones y él me dijo que tuvo que contárselo a Ana, porque, entre ellos no hay secretos, que esas son las normas de la pareja.
—Claro, esas son las normas. Cuando un colega tuyo se lía con una tipa, ese pavo sale de tu círculo de confianza. ¿Entiendes? Me refiero a que si realmente te importa que la chorba no sea La Voz de Galicia con patas tienes que poner límites y el límite es no contarle nada que no quieres que se sepa a tu amigo. Eso es así. Todo el mundo lo sabe.—Le aclaro al Carca.
—Mentira. Eso no lo sabe nadie y os lo acabáis de invertar el Tilo y tú. Si le confías un secreto a un amigo, sigue siendo un secreto. Y punto. Es un cabrón. Un cabrón y un falso.—Noto como Pablo vuelve a mirar al frente. No parece que nada que pueda decirle le lleve a cambiar de pensamiento. Aún así, insisto:
—Las cosas no son como tú te crees. Eso ya lo sabías, fue un error tuyo, joder. Si no quieres que tu ja sepa con qué tías te acostate, no fardes de eso por ahí. Hay pituquis a las que lo les gusta esa mierda. Es más, yo creo que a mí tampoco me haría puta gracia enterarme que mi ja anduvo de piltra en piltra follando con medio barrio.
—Tú no tienes novia, Chiño. Que lo sepas.—Me da duro, donde más duele. Pablo también sabe ser cabrón.

Fiesta en Ferrol

Lo entiendo, pero me cabrea. Al fin he conseguido aparcar, en la calle Sol, en lo alto de la cuesta. Está a unos cinco minutos de la casa de Pablo, pronto estaré ahí. Me apresuro en llamarle para advertirle de mi llegada. Busco el móvil en vano en los bolsillos exteriores de mi abrigo. Estoy nervioso. Son las tres y diez y él quería que llegase a las dos y media. Busco el teléfono en los bolsillos interiores de mi prenda y lo encuentro—menos mal—en el derecho. Llamo al Carca. Dejo que suene más de lo habitual, soy culpable. Así me siento y escucho el tono unas diez veces hasta que se corta la llamada. No coge el teléfono. Joder. Me enfado profundamente, aunque tenga su punto de razón, Pablo debería contestar. ¿Y si me pasara algo, si hubiese tenido un accidente en el camino a Ferrol? Ya me jodió el día esta chorrada. Joder.
Mientras me maldigo mentalmente, atisbo el portal de Pablo. Llamo al 3º derecha. Me abren sin preguntar. Perfecto. Parece que todos estamos cabreados hoy. Subo las escaleras de madera tras encontrar el interruptor que acciona la luz. Los pasos son de madera vieja y, cada vez que piso, siento crujir suavemente el suelo. Tarareo la canción "Dark Of Matinee" de Franz Ferdinand hasta que pulso el timbre de la casa de Pablo. Se oye ruido en el interior, pero no logro identificar las voces. Se abre la puerta. Es Pablo.
—Las tres y veinte.—Conciso y desagradable.
—Ya sé. Lo siento. De todos modos, tú podrías haber contestado mi llamada, podría haberme pasado algo en el camino, ¿No crees?
—No.—Está claro que está cabreado.
—De puta madre, esto sí que es un recibimiento cojonudo. Pues, felicidades cabrón.—Le doy mi regalo como si se tratase de ropa sucia.
—No empiecen ya. Déjenlo, por favor. Chiño, por favor.—Ayita reclama paz.
—Gracias. Tiene razón ella. Vamos a procurar llevarnos bien.—Pablo relaja el gesto, tiene voluntad para evitar que su enfado vaya a mayores. En la radio de la casa del Carca, suena "Where Are We Runnin'?" de Lenny Kravitz. Doy un pase de baile y muevo el cuello al ritmo de la música. Entro en la sala. Allí están Tilo, Ana, Guille, Carolina y dos chicas que no conozco pero que supongo que son Cintia y Delia. Saludo con un leve movimiento de cabeza a mis amigos.
—Hola, a vosotras no os conozco. Yo soy Anxo.—Me acerco y beso una de las desconocidas. Ambas son muy guapas, de tez morena, ojos marrones, aunque una tiene el pelo teñido de un castaño rojizo y la otra, negro.
—Yo soy Cintia. Encantada.—Dice la morena. Sonrío y beso a Delia—por eliminación ha de llamarse así—, que es más alta que Cintia y también más alta que yo.
—Yo, Delia. Encantada igualmente.
—Y ahora que ya están hechas las presentaciones, ¿vamos a jalar a La Vaca esa?—Me impaciento.
—¿Vamos a comer? Los cojones vamos a comer. Ahora ya buscaremos otro sitio, porque ahí es imposible.—Vuelve la mirada desafiante a la cara de Pablo.
—Vale, se levanta la tregua. Menos mal que no llueve.—Me hago a la idea de la fiesta de cumpleaños que me espera. Salimos por la puerta como si fuésemos a un velatorio. Nadie dice nada. Nadie excepto yo.—Where are we runnin'? We need some time to clear our heads. Where are we runnin' keep on working til we're dead? Where are we runnin'? Ooo wee ooo wee oo. Where are we runnin' now?