Noche en El Colonial

Otra copa más y me pierdo. No bebo. Eso digo siempre. A veces, no obstante, hago excepciones. Esta noche es una de ellas. Tilo, con la novia en Madrid, me ofreció un plan que, debido a la ausencia de alternativas, tuve que aceptar. La verdad es que me apetecía volver a probar la noche ferrolana, pero no con el entusiasmo de otras veces. Me dejo llevar, de nuevo. Dos chupitos de licor-café tras la cena y ya voy por el cuarto cubalibre. Demasiado para mí, ahora, en mi etapa abstemia. Antes era distinto, no mejor.
El Colonial tiene un ambiente aceptable. Hay bastante gente, pero todavía se puede bailar. El pincha está borracho y enlaza reggaetón con pop ochentero inconsciente del pecado musical que comete por segundos. A Tilo y a mí nos da igual, hemos salido a pasarlo bien, sin presiones y sin exigencias. Mi amigo va vestido con su estilo habitual, ropa oscura, no llamaría la atención en ninguna parte. Por una ocasión, yo voy acorde a Tilo. Visto un pantalón de lycra gris con finas rayas blancas, una camisa estampada de cuello París con una tonalidad más clara y unos zapatos clásicos negros con un tacón prudencial. Me dejé barba de una semana, arreglada, desde luego, y, por qué negarlo, me encuentro seguro de mí mismo, contento con mi aspecto. Conversamos de todo, pero sobre todo de mujeres. Bebemos Brugal con cola. Parece la noche normal de muchos, por fin. Hace unos veinte minutos unos comerciales conocidos de Tilo se acercaron y charlaron con nosotros. Nada interesante. Me gusta el local, aunque me parece repulsiva la apariencia de uno de los dos camareros. Ambos están disfrazados de Tarzán, pero uno no lleva más que el traje de leopardo y su aspecto me resulta desagradable. No sé por qué, pero no puedo evitar sentir asco al mirarlo.
Necesito ir al servicio un momento. Me excuso con Tilo—a nadie le gusta quedarse sólo en un local lleno de gente repartida en pequeños grupos—y me voy al lavabo. Al llegar, me encuentro con otro tío esperando. Curiosamente, el servicio de mujeres está vacío.
—Non hai cola no das mulleres e no dos homes si. Equivoqueime de país.—Mientras hablo me doy cuenta de que mi interlocutor está borracho.
—Y el de dentro lleva media hora. A ver, que é pra hoxe.—Grita con la mirada enfocando la viga situada a mi derecha. Al instante, el pinchadiscos se abre paso hacia el servicio entre nosotros dos. Hacia el servicio de mujeres.
Espero impaciente a que alguno de los dos lavabos quede libre. Primero se libera el de hombres y entra el muchacho que estaba aguardando su turno antes que yo. Tras unos minutos, también sale el deejay del de mujeres.
—Puedes ir a éste. Si no hay nadie ...—Me ofrece el servicio de chicas. Lo acepto sin dudarlo.
Dentro, permito que se relaje mi vejiga y observo mi facha en el espejo. Es cierto, tengo que estar satisfecho con mi aspecto. Apenas tardo dos minutos en cumplir el trámite. Al salir, sorpresa. Hay cuatro mujeres a la espera.
—Lo siento. Vi que el deejay entraba aquí y para una vez que está libre el de tías ...—No puedo terminar mi relatorio de disculpas. La segunda chica de la cola avanza hacia mí mientras hablo y me agarra por los biceps. Sonrío alucinado. Es rubia, un poco más baja que yo, labios carnosos, ojos saltones, algo caderona, guapa sin excesos y viste una blusa de corte oriental que marca bien sus pechos. No hay queja.
—Estás buenísimo.—Se limita a decir eso. No sé qué responderle. No buscaba rollo y me coge desprevenido. Lo primero que hago es separar sus manos de mis brazos. La miro de forma condescendiente, casi paternalista. Sonrío de nuevo. Ahora, sólo pienso en irme de allí, darle largas a esta chica—no sé por qué no aprovecho su predisposición, ¿estoy loco?—, volver a la zona de baile y seguir con la noche tal y como se estaba desarrollando.
—Gracias, gracias, gracias.—Acierto a decir. Me voy sin más ruido. No tardo en contarle lo sucedido a Tilo que, ya con la chica cerca de nosotros, me anima a que vaya a por ella. Me niego. Está fuera de lo que yo esperaba de esta salida nocturna. Provoca incomodidad en mí el simple hecho de pensar en tener que liarme con esa tía. No está mal, sin embargo, no me encuentro con ganas de intentar nada con ella. Tilo no comprende mi actitud. Yo tampoco. En el pub suena "19 de noviembre" de Carlos Vives. La noche debe terminar como siempre.

Consultas con la almohada

Son las cuatro de la madrugada. Abro los ojos de vez en cuando y puedo ver una tímida luz verde que atraviesa la tela del pañuelo que tapa el reloj del radiodespertador de mi habitación. No consigo conciliar el sueño. Me acosté a las dos y media. Vi una película, "Payback", de Brian Con Helgeland. Ya la había visto, pero me gusta y no me importó repetir. Sin trabajo, no tengo exigencias de horario. Me encanta esa tonalidad azul—todo es mejor azul—posible gracias a que Helgeland decoloró la cinta, pues no le permitieron rodarla en blanco y negro. Sensacional idea. La trama, la historia de un superviviente milagroso que busca una venganza justa, permite el lucimiento de Mel Gibson—que aprovecha para evidenciar que hasta los malos pueden dar lecciones de moral—. Me fui satisfecho a la cama. Cansado también. Creía que el sueño podría aparcar mis preocupaciones hasta la salida del sol. No pudo.
Tengo un sabor pastoso en la boca. Cené lomo a la plancha con patatas fritas. Me lavé bien la boca, pero quedó un regusto como la mancha mental que se instaló en mi cabeza desde que me salpiqué con la sangre de otros. No hay forma de dormir. Vuelvo a abrir los ojos. Todo sigue igual. Mastico sin nada en la boca, procurando eliminar ese maldito sabor que me atormenta—en realidad, eso no es lo que me agobia—, pero no soy capaz.
En la radio suena música, cómo no. Elbicho, "Parque Triana". Desamor. Ya no alcanzo eso. Ni siquiera recuerdo el amor. Quizás, en un tiempo lejano, en mi vida hubo amor. Un sentimiento que me resulta familiar, pero al que no le pongo cara, ni cuerpo, ni correspondencia.—Yo me mantengo, con las pocas cosas que yo tengo, con los pocos sueños que yo sueño, con las pocas cosas que me dabas tú—. Quiero llorar y mis ojos están demasiado secos para hacerlo. Los abro de nuevo. Sin cambios.—Tengo en el recuerdo alguna cosa, las pocas cosas que me dabas tú—. Apago la radio. Tal vez así duerma. Sin confusiones, sin clasificar sentimientos, sin compañía, sin ti, pero ¿quién eres tú?