Materia muerta

Son las cuatro de la mañana. Me acaban de comunicar que el anciano al que saqué del mar ha muerto. Estoy sorprendido. Parecía recuperado. Hace dos horas, me dijeron que había complicaciones. Por lo visto, un fallo cardio-respiratorio le ha causado la muerte. Era un vagabundo. Estaba en la zona del Millennium por su cercanía con la Cocina Económica. Nadie llorará su pérdida, eso creo. Pero a mí, me duele. Por una vez, me duele. Me veo reflejado en él. Además, me impliqué en su rescate. Deseaba que no muriese.
De todos modos, ¿qué es la muerte? ¿Cuándo se supone que algo muere? Me niego a aceptar que todas las células de ese anciano estén ya muertas. También me niego a aceptar que sus células no interactúan e interactuaban con las que forman lo que llamamos aire, con las de su ropa o con las del agua del mar. Al nivel más bajo de la composición de la materia, hablando de quarks y de leptones, no creo que el paisano deje de existir. Tal vez, en nuestra noción simplista de vida y muerte, esté ahora en la muerte. Esta reflexión me lleva a pensar que, quizás, yo no esté actuando tan mal. Al fin y al cabo, no mato, sólo hago pequeñas modificaciones, ni siquiera afecto a los neutrinos (¿alguien puede?).

Tempestad

Salgo a caminar un poco. Tengo que airear mis ideas. Es diciembre y hace frío, mucho frío. Al menos no llueve. Mientras recorro las calles del Agra, puedo ampararme en cierta medida del viento, huracanado. No hay soportales, pero parece que los edificios me protegen del vendaval. Poco a poco, me doy cuenta de que no es sólo un azote de aire, se trata de una tempestad en toda regla. Avanzo con dificultad. Quiero ir al Paseo Marítimo, aunque no creo que sea una idea acertada. Como decía, tengo que airear mis ideas.
En la orilla del mar, el viento es una fuerza incontrolada. Casi me tira. Apenas hay gente paseando. Es tarde, las ocho y media calculo. Ya es de noche y con esta tempestad hay que tener muchas ganas de pasear para caminar por donde yo camino. Comparten mi soledad algunos atletas aficcionados, como yo en otras ocasiones, y algunos ancianos que no perdonan su caminata diaria.
Unos metros alejado del Millennium, diviso a un viejo cerca del borde del mar. Está en las rocas, algo muy peligroso en un día como hoy. Parece que está orinando, aunque no veo muy bien porque el viento frío hace que me lloren los ojos. Me acerco a su altura, pero por la parte peatonal, separado por la barandilla de las rocas y de las olas, que amenazan al señor con golpes imprevisibles. Dicho y hecho. Una ola lo derriba. Cae por la roca y entra en el mar. Mierda. Se supone que una persona decente haría lo posible para salvarle. Yo apenas estoy sobrio. Además, mi pasado no se mide por las buenas obras.
No sé cómo ni por qué, pero estoy en el mar, nadando hacia un anciano desconocido que flota a merced de las olas. Está inconsciente y afortunadamente, boca arriba. Yo me despojé del anorak y los tenis antes de tirarme al agua.
Tras luchar con el oleaje durante unos cinco minutos, alcanzo al viejo. No sé cómo actuar. Creo que lo correcto es mantener la cabeza del desconocido fuera del agua. Lo consigo con mucha dificultad mientras avanzo hasta la orilla. Muy complicado. Me cuesta sobremanera, pero, tras el esfuerzo, topo con la roca. Poso al anciano en ella. Primero la cabeza. luego le subo hasta la cintura. Me incorporo con muchos problemas sobre la roca. Una vez arriba, arrastro al accidentado agarrándole por los hombros. Si supiese rezar, rezaría para que otra ola no nos devolviese a los dos de nuevo al mar.
Ya estoy en la acera. Yo y el viejo. Le reanimo, pero no parece mejorar. Tendría que hacerle el boca a boca, pero me niego. La casualidad se alía con nosotros: una ambulancia pasa por el Paseo Marítimo y se para al vernos. Iba con las luces puestas, directa a acudir para resolver una emergencia. Un enfermero baja e intenta reanimar al señor. El otro, desde el vehículo, anula el servicio anterior e informa de la nueva situación. Los de la Cruz Roja sí le hacen el boca a boca. Parece que el anciano se recupera. Me piden que los acompañe al hospital. Mentiría si dijese por qué acepté. Pero lo hice. Espero que no me arrepienta.

Refugio etílico

No sé si es la solución. Tampoco me lo planteo. Sólo bebo. Podría estar en un bar, sería algo más "sociable", pero estoy en casa. Da asco. Huele a podrido en todas las habitaciones, hablar de orden es insultar a esa palabra y no tengo ánimo para cambiar el estado de las cosas. Ni siquiera me gusta lo que estoy bebiendo. Es güisqui o bourbon, ni idea. Sí, creo que es bourbon. Bueno, ya ni me acuerdo. Ni me importa. Tengo que hacer algo para que esto no sigua igual, pero sigo bebiendo y cambio de canal compulsivamente.
Cerré las persianas, no quiero que me vean hundirme en mi fango. Me froto los ojos, llevo más de diez horas enfrente del televisor tomando tragos mientras mi hígado aguanta estoicamente. Pero mi cerebro no tiene resistencia hepática y el alcohol se diluye en mi ser como la lluvia en el mar, sin estridencias pero con efectividad. Tal vez delire. Ahora mismo, acabo de alcanzar el nirvana: no deseo nada en absoluto. Soy una mente libre de pensamientos que sólo bebe mientras pulsa el mando a distancia de un televisor que emite imágenes a las que no presto atención.
Miro a la ventana, no recordaba que había bajado las persianas. Vuelvo a mirar al televisor. Me froto los ojos de nuevo. Me lloran, están muy irritados, no es por lástima. Miro hacia el otro lado y veo mi reflejo en el cristal de la puerta. Mi aspecto es lamentable: de nuevo con barba de meses, sin peinar el poco cabello que me queda, recostado en el sofá sin ningún estilo. Lanzo el vaso cargado de licor contra la puerta. Fallo. El cristal estalla con estrépito y el líquido se derrama por toda la pared. Sonrío desencajado. Veo mi expresión en el reflejo de la luna de la puerta. Tengo la mirada de un psicópata y la pinta de un vagabundo. Deplorable.

Saliendo del túnel

El camarero tarda demasiado en servir. Eso me impacienta. No entiendo qué cojones pasa. Ana está tranquila. Parece que no le importa el retraso. A mí sí.
Joder, Ana. Tardan mucho en servirnos. Es intolerable. Me están tocando los huevos.—
—Mira, ahí viene con tu plato.—Cierto. Ana ve a mis espaldas al camarero con un plato rectangular. Rissotto vegetal. Siempre pido rissotto vegetal cuando voy a La Petit Bretagne. Es una elección que no me cansa. El que me cansa es el puto camarero de los cojones.
Fulmino con la mirada al chico que me trae la comida. Sin pensarlo, cojo el tenedor y ataco al rissotto. Justo cuando cargo el cubierto con el arroz y las verduras, levanto la vista hacia Ana.
—¿No te importa que empiece a comer, no?—Pregunta retórica a todas luces.
—Sí, bueno, ..., eh, mi comida está a punto de llegar. ¿Puedes esperar unos minutos?—
—¿Esperar unos minutos? ¿Estás de coña? Claro que no. ¿Qué más te da que empiece a comer ahora mismo? ¿Te afecta en algo?—
—Vinimos a comer juntos. Si empiezas a comer ahora, no comemos juntos.—Ana consigue sacarme de quicio más rápido que el camarero.
Claro que estamos comiendo juntos. Yo empiezo ahora y tú ya empezarás. ¿Cómo que no estamos comiendo juntos? ¿Eres una puta loca o qué?—
—Tienes que esperar a que traigan mi comida. Un poquito de educación, por favor.—Ana también se cabrea. Estupendo.
—Pero, ¿qué clase de persona eres? Te hice una pregunta retórica. Tenías que haber dicho "no, no me importa". ¿Qué cojones dices? "Sí que me importa, sí que me importa". ¿Qué sales, de un puto zoológico de majaderos? Eres una hija de puta esnob de primera. ¡Que te den por culo!.—Creo que acabo de perder los papeles por completo. Ahora que volvía a tener una cita, que iba a volver a tener sexo, lo estropeo. Pero es verdad, ella me provocó.
Ana me tira el vaso de agua a la cara. Aprieto el cuchillo con fuerza y, por un segundo, dudo entre abalanzarme sobre ella y quedarme sentado. Opto por la calma. El restaurante está lleno. Incluso tuvimos que congelarnos en el reservado de la entrada, apiñados con otras parejas, mientras esperábamos que desalojasen una mesa. Intento autoconvencerme de que lo mejor es dejar pasar este incidente. Ya tendré ocasión de que no caiga en saco roto.

Melancolía

Creo que todos sobrevaloramos las situaciones que generan tristeza. Estoy convencido de que añoramos, por irracional que parezca, experimentar la desolación. En alguna época debí de ser feliz, pero no recuerdo que hubiese estado especialmente motivado por ello. Mi creatividad se veía coartada. El resto de mi vida fui desdichado. Así fue como me sentí y como me siento, aunque no estoy seguro de que tenga correspondencia con la realidad.
Me gusta sentir el desamor. Despierta en mí una necesidad creativa inigualable. Necesito el desamor, el rechazo, el desprecio para crecer interiormente y sobreponerme. Me gusta tener motivos para sentarme a escuchar música triste y beber un vaso de vodka mientras pienso en que no tengo ninguna obligación. Sentado en el sofá, sin más ruido que la música, con los ojos cerrados y con el vodka surfeando por mis papilas gustativas.
Puede que sea demasiado tarde para cambiar. He hecho cosas que no podré ocultar indefinidamente. Pero, lo cierto es que tengo impulsos por cambiar mi rutina de días vacíos. Ansío enamorarme de nuevo o, al menos, reconfortar mi estado de ánimo con sexo, buen sexo, claro. Lo primero es mucho más difícil de conseguir que lo segundo. No obstante, puedo conseguir ambas cosas. Soy capaz de eso y de más.
Nadie sabe lo que hice. De todos modos, percibo que mis vecinos no me miran con los mismos ojos de antes. Sí, soy consciente de que he mutado en otro ser y de que, ahora, ya no hay vuelta atrás. Quisiera cambiar todo de un golpe, pero es imposible. Veo con claridad que sólo hay dos caminos: el óbito o la continuidad. De momento, opto por seguir. Pero no sé por cuanto tiempo. Sólo yo puedo ponerme fin a mí mismo. Y no quiero que, antes de que eso ocurra, me pongan delante de un juez. Eso, jamás.

El límite

No me reconozco en el espejo. Veo mi reflejo pero no soy capaz de ver a la misma persona que veía antes, es que ni siquiera la recuerdo con certeza, sólo reminiscencias de lo que un día debí de ser. Matar no supone un problema para mí. Es algo que no me provoca ningún tipo de dilema moral. Mato y punto. Como respiro, como ando. Es natural. Para mí lo es. Y no alcanzo a comprender el momento en que dejó de ser un tabú y pasó a ser un acto rutinario.
Miro por la ventana. La gente va a lo suyo. Cada uno con sus preocupaciones. No me interesan, ni ellos ni sus rompecabezas mentales. Sólo me importa hacer lo quiero cuando quiero. El simple hecho de tener que ocultar mis crímenes comienza a molestarme sobremanera. Me encantaría asesinar cuando me apeteciese y no rendir cuentas a nadie, no tener que ocultar mis acciones. Aborrezco la sociedad, las normas y, en general, aborrezco las personas. No son dignas de vivir.
Pero, ¿por qué se despertó ese deseo de matar que jamás había experimentado? ¿Puedo frenarlo? ¿Dónde está el límite? Hasta el momento, no le quité la vida a nadie que apreciase especialmente. Para ser honesto, no le tengo afecto a nadie. Eso tampoco lo puedo explicar, porque la gente no siempre me trató mal, pero nunca desarrollé el sentimiento de cariño. Al menos, el individuo en el que me he convertido, no.
Quizás, sea yo el que sobre en todo esto. Pero, ¿quién tiene que decidirlo? ¿Quién puede determinar una cuestión tan arbitraria como esa? ¿Hay alguien más capacitado que yo para decidir si debo seguir viviendo o no, para decidir si tengo que parar de matar? No lo hay. Yo decido. Y haré lo que quiera. Yo.

Enmendando errores

No debe pasar un día. Tengo que arreglar lo que hice esta madrugada. A medianoche iré a su casa y enmendaré mis errores: eliminar huellas, limpiar la sangre y deshacerme del cadáver. Tuve un ataque de pánico y huí. Ya no. Ahora debo ser frío y pensar lo que más me conviene. Y, por supuesto, no me conviene que me cojan. No de momento.
Preparo lo que necesito: productos de limpieza, guantes de látex, un buzo, bolsas de la basura, un cepillo, un machete, una pala y cal viva. Ya casi son las doce de la noche, buena hora para no llamar la atención. Primero voy sólo con la pala al garaje y la meto en el maletero. Después, llevo el coche a la puerta de casa, lo dejo en doble fila, subo a por la mochila y me voy a casa de mi víctima. Subo al piso con la mochila con todos los utensilios necesarios para mi cometido. Sólo dejo en el maletero la cal viva y la pala.
Descuartizo a la rubia (sigo sin recordar su nombre) en la cama. Me puse el buzo, no quiero manchas de sangre en mi ropa. Cubrí con una sábana el cadáver para los primeros cortes, aunque ahora, la sangre está espesa y no fluye como hace unas horas. De todos modos, es difícil no manchar. Pongo la radio, no me apetece que los vecinos se despierten por el ruido de los machetazos. La minicadena tiene seleccionada por defecto la reproducción de cd. La música no está demasiado alta, aunque sí lo suficiente para ahogar los golpes de machete. Suena "Dark Night", de The Blasters. La cabrona tenía buen gusto.—Hot air hangs like a dead man from a white oak tree. People sitting on porches thinking how things used to be. Dark night. It's a dark night.—
Tarareo la canción, muy bajito. Ya tengo los cortes principales hechos. Mientras destrozo el cuerpo de la chica, sigue sonando el cd. No conozco todas las pistas, pero está claro que es la banda sonora de "Abierto hasta el amanecer". Qué ironía, parece que la sangre llama a la sangre. Una vez que tengo el cuerpo troceado, lo meto en bolsas de plástico. Con cuatro viajes al coche, consigo llevarme el cadáver. Después, tras cinco horas de trabajo duro, creo que he borrado cualquier señal que indicase que yo había estado en ese piso. Ahora, sólo me queda enterrar el cadáver en un traje de cal viva. Iré a la aldea, a un monte familiar. Nadie preguntará, además, con las lluvias, pronto crecerán tojos y silvas por encima. Quizás, pueda olvidarme de todo esto pronto.

AVISO (ESTO NO FORMA PARTE DE LA HISTORIA)

Aviso del autor: "Cal viva" es una historia ficticia. Aunque toma como referencia personajes reales, la violencia brutal que describe no tiene nada que ver con algún caso real. Por eso, no dejo de sorprenderme al descubrir que algunas de las búsquedas que llevan a esta página son "deshacerse de cadáveres con cal viva", "cal viva asesinato" o "cal viva para muertos". Desde luego, no es mi objetivo dar ideas para cometer delitos, sólo estoy contando un cuento, pura ficción. No hace falta ser Einstein para darse cuenta de que la cal viva provoca quemaduras, es una sustancia alcalina y sus efectos son similares a la sosa cáustica. Gracias por vuestras visitas, espero y confío en que sean porque tenéis ganas de leer.

Sangre en el bolsillo

Parece como si el techo se cayese poco a poco sobre mí. Está amaneciendo. La claridad que se cuela por las pequeñas rendijas de las persianas me permite ver con suficiente nitidez. La pintura en picado aumenta la sensación de que se me va a caer el techo encima. Por un momento me fijo en la lámpara y vuelvo a mi realidad. El techo no se cae. Noto húmeda la sábana en la que reposo, sobre todo, la parte que tapa mi lado izquierdo. Giro la cabeza con pereza y la veo allí. Comienzo a recordarlo todo. Lloro ahogando los lamentos. No hay nada que hacer ya, de nada sirve arrepentirse, pero, por una vez, siento necesidad de hacerlo.
A mi izquierda, la cama está teñida de rojo oscuro. Yace a mi vera la rubia de anoche. No me acuerdo de su nombre, creo que ni siquiera se lo pregunté. Las sábanas están empapadas en sangre. Ella, con los ojos abiertos, también miraba hacia el cielo. Está desnuda. Me fijo en que era muy bella, digna de un final mejor. Recuerdo que estábamos borrachos. Subimos a duras penas las escaleras hasta su casa, un quinto. No hubo tiempo para juegos previos, los dos queríamos sexo ya. Follamos tanto tiempo que ahora todavía me escuecen los ojos del sudor que me entró en ellos. Luego se quedó dormida. Fui a la cocina a beber agua y, al ver un cuchillo, lo tomé por el mango y regresé a su dormitorio. Sin mediar palabra alguna, le incrusté el cuchillo en la cabeza. Atravesé la piel, la carne, el hueso temporal y, finalmente, la vena yugular. No había marcha atrás. La acción fue rápida a pesar de la dureza del cráneo. Acometí con fuerza y decisión. Ella intentó gritar, o eso parecía, pero sólo fue capaz de abrir la boca, como resultado de un espasmo, y perdió el conocimiento víctima del dolor.
Al retirar la hoja del cuchillo de su cabeza, la sangre comenzó a brotar. La taponé con un trozo de tela de la sábana. No fue muy efectivo, aunque mitigó el derroche de líquido. Las sábanas cambiaron rápidamente de color. Y yo, cansado, me tumbé a su lado y cerré los ojos. Hasta ahora, poco tiempo después. Por eso lo recuerdo tan bien. No quiero recordar, quiero olvidarlo. No quiero saber por qué lo hice, ni quiero saber si lo volveré a hacer.
Ahora, me escandaliza más cómo desmarcarme de mi acto que lo que he hecho. No puedo dejar huellas. Creo que anoche no nos vio ningún vecino subir a su casa. Espero que sea así. Empiezo a vestirme, tengo que salir de ese piso cuanto antes. No sé si vive sola o no. Debo darme prisa. Me pongo el pantalón. Asiento los bolsillos. Al meter la mano me doy cuenta que están también encharcados en sangre. Saco el forro del bolsillo de la pierna derecha. Es de color granate por la sangre. No sé cómo llegó allí. Me asusta no encontrar explicación a eso. Estoy desesperado. En mi cabeza, sólo hay una idea: largarme ya. Me pongo la camisa, me calzo y me voy. La casa está marcada. Huellas, tal vez algún objeto personal, el cuchillo, ... No me importa. Necesitaba irme de ese lugar y me fui. Punto.

Muy tarde para pensar

Está oscuro, me encanta la luz azulada que hace que todo lo blanco resalte. Los ojos, los dientes, la ropa blanca, las motas de polvo, ... No sé como se llama ese tipo de iluminación, me fascina. Son las seis de la mañana, estoy en un after, no recuerdo el nombre. Hay bastante gente para lo que yo me esperaba. Apenas salgo de casa y mucho menos salgo de noche. Pero esto me trae buenos recuerdos. Sigo con la media barba, quiero que me dure algo más que un fin de semana. Tomo un destornillador en la barra. Stolichnaya con Schweppes de naranja. Miro a la pista. Me apetece bailar. Me gusta la música que suena.—Ladders and snakes, ladders give, snakes take. Rich man, poor man, beggarman, thief, ain't got hope in hell, that's my belief.—ACDC, "Sin City".
Dos chicas hacen que me anime más. Rubia teñida una, bien proporcionada y guapa. Morena la otra, con menos pecho pero suficientemente atractiva también para que me lance a bailar e intente algo más que conversar con ellas.—I'm going in to Sin City, I'm gonna win in Sin City, where the lights are bright, do the town tonight. I'm gonna win in Sin City. I'm gonna rule you baby.—Sólo puede haber pecado en la ciudad del pecado. Los 45º de alcohol del Stoli Ohranj, aunque rebajados por el refresco, ya están haciendo efecto. Es mi cuarta copa de la noche. Eso, sin tener en cuenta el vino blanco de la comida, es mucho para mí, que no acostumbro a beber alcohol. Pero la chica rubia me sonríe al verme bailar a su lado. Las dos tienen un cubata, seguramente el alcohol de mi sangre no sea una desventaja para entablar contacto.
Stoli Ohranj, lo traigo de casa.—Le espeto a la rubiaza.
¿A qué te refieres? ¿Qué es eso?.—Contesta en el mismo tono de voz que yo. El volumen de la música no permite otro tono. Al menos veo que quiere charlar. Me animo todavía más.
Digo que este vodka que tomo es Stolichnaya, Stoli Ohranj, lo mejor para hacer un destornillador. Lo ideal sería tomarlo con zumo natural de naranja, aunque éste lleva Schweppes. Lo llevo en una petaca, en los pubs no te ponen Stoli Ohranj, ..., bueno, aquí no, en Rusia supongo que sí, claro.—Ella sonríe mientras hablo. Eso es bueno.
Yo tomo ron, no me gusta el vodka.—Eso es malo.
Esto no es vodka, es Stoli Ohranj. Deberías probarlo para saber de lo que hablo. ¿Quieres probar?—Sonríe y, tras dudarlo unos segundos, accede con un gesto afirmativo.
Le acerco el vaso y bebe un pequeño sorbo. Lo saborea. Me mira y ríe a carcajadas. Pongo cara de incredulidad, pero algo me dice que lo estoy haciendo bien. La amiga morena ya no está a nuestro lado. Fantástico.
Es alcohol puro con algo de naranja. Es fuertísimo. ¿Cómo te puede gustar esto?.—
Claro que me gusta. Deja un regusto inconfundible. ¿No lo notas?.—Ataco. Directo a sus labios. Ella no tiene la suficiente agilidad mental para repelerme. Una vez la estoy besando, se entrega. Sabía que esto iba bien. Estoy muy desentrenado, pero el vodka ha cumplido con su parte.
Estamos demasiado excitados los dos. Nos besamos y nos sobamos como dos animales en celo. Tenemos que buscar otra ubicación para no limitarnos. Lo estaba deseando, pero ella se adelanta:
¿Qué tal si nos vamos a mi casa? Ya es muy tarde.—Cada vez me gusta más esta tía. Me lee la mente. Hace mucho que no me desahogo. Ella pagará los platos rotos.
Nos vamos, entre caricias, en busca de su piso. Me vio mucha gente esta noche. Mi media barba no me deja pasar desapercibido, aunque ella no hizo ningún comentario al respecto. O le gusta o va demasiado borracha como para fijarse. Yo sólo tengo una cosa en mente. Es muy tarde ya, muy tarde para pensar.

Media barba

No logro evitar pensar que soy el centro de atención. Elegí un afeitado peculiar: medio lado de la cara con barba, medio sin ella. Creo que todo el mundo se fija en mi aspecto. Puede ser que simplemente sea un problema de presuntuosidad. Desde luego, me vanaglorio de mi imagen, de hecho, fui yo el que decidió que fuese tan llamativa, aunque ese no era el fin último. Afortunadamente, ahora estoy corriendo por el Paseo Marítimo, no caminando. El tiempo que le doy a la gente para que se deleite con mi afeitado es más bien poco. No me gusta que me miren.
Estoy realmente cansado. Creo que apreté demasiado el ritmo al principio de la sesión. Otra vez. tengo que parar. Apenas he recorrido dos kilómetros y ya no puedo seguir, necesito un alto. Hace calor, más que nunca. Calculo que no baja de 30º C. Decido detenerme a la altura de la fuente de los Surfistas. En esa parte del paseo, hay un mirador que permite contemplar las tres playas de la ensenada: la del Matadero, la del Orzán y la de Riazor. Me apoyo en la barandilla de piedra y observo el mar, la arena y la gente. Me seco el sudor que se me acumula alrededor de los ojos mientras pienso que toda esas personas son tan despreciables como yo, no hay ninguna mejor. Puede que alguna viva en el desconocimiento, rodeadea de un mundo imaginario de dioses, de santos que le salven con una plegaria, pero yo sé que eso no existe. Lo sé porque hago lo que quiero y salgo impune. Si hubiese algo tan trascendental como un dios, no permitiría que yo viviese un segundo más. Y creo, realmente, que no hago nada malo, la maldad sólo es una invención del hombre social para darle seguridad a su mundo, una forma de evitar que el ser humano se comporte como lo que es, que dé rienda suelta a sus instintos. Yo soy el hombre. Revivo la esencia de los pusilánimes que no se atreven a vivir la vida como debe ser vivida. Yo soy la respuesta, la liberación. Yo soy libertad. Ellos son represión. ¿Por qué no puedo matar cuando es oportuno? En tal caso, la pregunta sería por qué no debo, ya que está claro que puedo, y lo hago.
El único sentimiento provechoso es el amor. Bajo su influencia pienso que la gente no puede matar. Pero el estado natural del humano es el odio, necesario para sobrevivir. El amor atonta. Hace mucho que no siento amor. Lo quisiera sentir de nuevo, aunque no lo lograré.—Decí, por Dios, qué me has dao, que estoy tan cambiao, no sé más quién soy. El malevaje extrañao, me mira sin comprender... Me ve perdiendo el cartel de guapo que ayer brillaba en la acción. No ve que estoy embretao, vencido y maniao en tu corazón.—Canto. "Malevaje", un tango imponente. El amor llena pero debilita.—Ayer, de miedo a matar, en vez de pelear me puse a correr... Me vi a la sombra ofinao; pensé en no verte y temblé... ¡Si yo, que nunca aflojé, de noche angustiao me pongo a llorar!. Decí, por Dios, qué me has dao, que estoy tan cambiao, no sé más quién soy.—No sé más quién soy, no sé más quién soy ...

Puesta a punto

Doy asco. Me miro al espejo y sólo veo a un desconocido. Tengo el poco pelo que me queda bastante largo, la barba sin arreglar desde hace tres meses y unas ojeras interminables. Quiero mejorar mi aspecto un poco para poder pulular entre la gente sin llamar la atención. Calculo que desde hace tres meses sólo salgo para comprar lo imprescindible y para ir a correr al Paseo Marítimo. Nada más. ¿Para qué más iba a salir?
Mientras me afeito, escucho "Stuck in the Middle" de Stealers Wheel. Me anima. Rebajo la barba con la maquina de cortar el pelo, pero no es suficiente, no deja un apurado perfecto. Necesito emplear la cuchilla. Tengo la piel de la cara muy sensible, la dermatitis crónica que padezco pruduce una escamación casi continua y, con la mínima fricción de la cuchilla, se enrojece.
—Well, I don't know why I came here tonight. I got a feelin' that something ain't right. I'm so scared in case I fall off my chair and I'm wonderin' how I'll get down those stairs. Clowns to left of me, jokers to the right, here I am stuck in the middle with you, stuck in the middle with you.—Canto mientras me miro al espejo al pasar la cuchilla. Ya me he hecho unos cuantos cortes sangrantes en la cara. Las gotas de sangre se mezclan con la espuma de afeitar cuando no corren hasta el final de mi barbilla. Me gusta ver como caen desde mi cuerpo al agua apozada en la pila del lavabo. El ruido es minúsculo y luego se diluyen en el agua perdiendo poco a poco su color rojo y enturbiando su nuevo entorno.
No tengo demasiado pelo en la cabeza, así que siempre ando rapado al uno. El único sitio donde puedo innovar es la barba.—Well, you started off with nothing and you're proud that you're a self-made man and your friends they all come crawling slap you on the back and say please, please.—Esta vez sólo me afeito el lado derecho de la cara. Dejo el lado izquierdo con un vello facial perfilado y trazo una línea de afeitado en el centro de la perilla: a un lado pelo, al otro piel. Sé que no voy a pasar desapercibido como pretendía, pero sí voy a estar a gusto.
Recojo con el dedo índice sagre de un corte cerca de la comisura del labio y me pinto dos líneas horizontales en los pómulos. Es un dibujo parecido al que utilizan algunos jugadores de fútbol americano, sólo que éste es de color granate y el de ellos, negro. Sonrío. Estoy fantástico. Hoy va a ser un buen día. Lo presiento.

Pasado por agua

No podía quedarme en casa sin hacer nada. Necesitaba algo más. Me duele la pierna, pero estoy otra vez en el Paseo Marítimo, corriendo bajo la lluvia. Llevo la ropa habitual: una camiseta de atletismo, un pantalón corto muy fino, las zapatillas amarillas —con remiendos en los laterales— y calcetines de caño corto. A esto, añadí una sudadera de algodón, pues la brisa parece polar y pensaba que me podía ayudar a soportar mejor la lluvia. De hecho, así fue, pues, cuando paró de llover, mis manos estaban congeladas y, tras recogerlas en los puños de la sudadera, entraron rápido en calor.
Ahora, camino desde hace diez minutos. Estoy muy cansado. Sigue el dolor en mi pierna izquierda y perdí el fondo que tanto tiempo me había costado ganar. A la altura del Playa Club, un chubasquero con patas se gira fugazmente y me sonríe. No tengo ni idea de quién es, creo que es chino, pero no lo vi bien. Me adelanto a él. No obstante, una mano tira de mi brazo izquierdo. Miro a mi lado y aparece el mismo individuo.
—"Pardón", esta prenda, ¿dónde la compraste?—Es mulato y su acento francés es muy marcado. Lleva un chubasquero azul claro sobre uno verde. Destacan en su cara una serie de verrugas en las mejillas. Le da un aire a Morgan Freeman.
—En Declathon, una tienda de deportes.—
—Sí, es francesa como yo. Yo soy de París.—Empieza una conversación que se prolonga en el tiempo mientras no llego al Millennium, pues tengo el coche aparcado al lado. Hablamos de la emigración, de los gallegos, de la India, del Paris Saint-Germain, del Deportivo, del racismo, de los nazis, ..., y de lo que hace aquí en A Coruña: está en el curso de entrenadores de fútbol que imparten en el antiguo I.N.E.F. Galicia.
A pesar de que parece buena gente, Michel, que así se llama, no es coherente en algunas apreciaciones. Parece que no está en sus cabales. Tiene salidas que me dejan perplejo y que interrumpen las conversación de modo brusco.
—Tu amigo de París es "inyeniero".—Dice sin venir a cuento de nada. Sí, tengo un amigo en París, Chema, pero no es ingeniero, es camarero. Le corrijo y le explico la realidad. Pero más adelante, vuelve a darle su toque de locura al diálogo:
—Tu "coshe" es ese. Un deportivo "asul" muy bonito.—No pregunta. Está afirmando. No entiendo nada. No insisto. Lo dejo pasar.
Seguimos hablando hasta que llego a la altura de mi coche y le digo que me tengo que ir. Con todo, paramos de hablar porque llega un coche en sentido contrario. Conduce un anciano, de unos setenta años. Los vehículos que circulan en el sentido correcto le increpan con pitidos e insultos. Él ni se inmuta.
—Así que vienes los "jueve" a las "osho" a correr, ¿no?—Michel es demasiado raro para ser real. Deja de prestarle atención a lo que está pasando delante de nuestras narices y sigue con su tema.
¡Eh! ¿Estás loco?—No parece que el viejo loco me haga mucho caso. Aún así, cruzo hasta la medianilla y sigo gritando.
El anciano frena y da marcha atrás. Así, unos cincuenta metros hasta llegar a la rotonda del Millennium. Vuelvo a la acera atónito. Michel sigue impasible.
—Mira, Michel, aquí vengo a correr cuando me da la gana. No tengo horario. Ahora, me tengo que ir. Chao.—Tengo demasiados amigos, no necesito uno más. Y para locos, ya estoy yo.
—Bueno, "bian", "ata" otra "ves".—No se puede negar que sea francés.