Pasado por agua

No podía quedarme en casa sin hacer nada. Necesitaba algo más. Me duele la pierna, pero estoy otra vez en el Paseo Marítimo, corriendo bajo la lluvia. Llevo la ropa habitual: una camiseta de atletismo, un pantalón corto muy fino, las zapatillas amarillas —con remiendos en los laterales— y calcetines de caño corto. A esto, añadí una sudadera de algodón, pues la brisa parece polar y pensaba que me podía ayudar a soportar mejor la lluvia. De hecho, así fue, pues, cuando paró de llover, mis manos estaban congeladas y, tras recogerlas en los puños de la sudadera, entraron rápido en calor.
Ahora, camino desde hace diez minutos. Estoy muy cansado. Sigue el dolor en mi pierna izquierda y perdí el fondo que tanto tiempo me había costado ganar. A la altura del Playa Club, un chubasquero con patas se gira fugazmente y me sonríe. No tengo ni idea de quién es, creo que es chino, pero no lo vi bien. Me adelanto a él. No obstante, una mano tira de mi brazo izquierdo. Miro a mi lado y aparece el mismo individuo.
—"Pardón", esta prenda, ¿dónde la compraste?—Es mulato y su acento francés es muy marcado. Lleva un chubasquero azul claro sobre uno verde. Destacan en su cara una serie de verrugas en las mejillas. Le da un aire a Morgan Freeman.
—En Declathon, una tienda de deportes.—
—Sí, es francesa como yo. Yo soy de París.—Empieza una conversación que se prolonga en el tiempo mientras no llego al Millennium, pues tengo el coche aparcado al lado. Hablamos de la emigración, de los gallegos, de la India, del Paris Saint-Germain, del Deportivo, del racismo, de los nazis, ..., y de lo que hace aquí en A Coruña: está en el curso de entrenadores de fútbol que imparten en el antiguo I.N.E.F. Galicia.
A pesar de que parece buena gente, Michel, que así se llama, no es coherente en algunas apreciaciones. Parece que no está en sus cabales. Tiene salidas que me dejan perplejo y que interrumpen las conversación de modo brusco.
—Tu amigo de París es "inyeniero".—Dice sin venir a cuento de nada. Sí, tengo un amigo en París, Chema, pero no es ingeniero, es camarero. Le corrijo y le explico la realidad. Pero más adelante, vuelve a darle su toque de locura al diálogo:
—Tu "coshe" es ese. Un deportivo "asul" muy bonito.—No pregunta. Está afirmando. No entiendo nada. No insisto. Lo dejo pasar.
Seguimos hablando hasta que llego a la altura de mi coche y le digo que me tengo que ir. Con todo, paramos de hablar porque llega un coche en sentido contrario. Conduce un anciano, de unos setenta años. Los vehículos que circulan en el sentido correcto le increpan con pitidos e insultos. Él ni se inmuta.
—Así que vienes los "jueve" a las "osho" a correr, ¿no?—Michel es demasiado raro para ser real. Deja de prestarle atención a lo que está pasando delante de nuestras narices y sigue con su tema.
¡Eh! ¿Estás loco?—No parece que el viejo loco me haga mucho caso. Aún así, cruzo hasta la medianilla y sigo gritando.
El anciano frena y da marcha atrás. Así, unos cincuenta metros hasta llegar a la rotonda del Millennium. Vuelvo a la acera atónito. Michel sigue impasible.
—Mira, Michel, aquí vengo a correr cuando me da la gana. No tengo horario. Ahora, me tengo que ir. Chao.—Tengo demasiados amigos, no necesito uno más. Y para locos, ya estoy yo.
—Bueno, "bian", "ata" otra "ves".—No se puede negar que sea francés.