Refugio etílico

No sé si es la solución. Tampoco me lo planteo. Sólo bebo. Podría estar en un bar, sería algo más "sociable", pero estoy en casa. Da asco. Huele a podrido en todas las habitaciones, hablar de orden es insultar a esa palabra y no tengo ánimo para cambiar el estado de las cosas. Ni siquiera me gusta lo que estoy bebiendo. Es güisqui o bourbon, ni idea. Sí, creo que es bourbon. Bueno, ya ni me acuerdo. Ni me importa. Tengo que hacer algo para que esto no sigua igual, pero sigo bebiendo y cambio de canal compulsivamente.
Cerré las persianas, no quiero que me vean hundirme en mi fango. Me froto los ojos, llevo más de diez horas enfrente del televisor tomando tragos mientras mi hígado aguanta estoicamente. Pero mi cerebro no tiene resistencia hepática y el alcohol se diluye en mi ser como la lluvia en el mar, sin estridencias pero con efectividad. Tal vez delire. Ahora mismo, acabo de alcanzar el nirvana: no deseo nada en absoluto. Soy una mente libre de pensamientos que sólo bebe mientras pulsa el mando a distancia de un televisor que emite imágenes a las que no presto atención.
Miro a la ventana, no recordaba que había bajado las persianas. Vuelvo a mirar al televisor. Me froto los ojos de nuevo. Me lloran, están muy irritados, no es por lástima. Miro hacia el otro lado y veo mi reflejo en el cristal de la puerta. Mi aspecto es lamentable: de nuevo con barba de meses, sin peinar el poco cabello que me queda, recostado en el sofá sin ningún estilo. Lanzo el vaso cargado de licor contra la puerta. Fallo. El cristal estalla con estrépito y el líquido se derrama por toda la pared. Sonrío desencajado. Veo mi expresión en el reflejo de la luna de la puerta. Tengo la mirada de un psicópata y la pinta de un vagabundo. Deplorable.

Saliendo del túnel

El camarero tarda demasiado en servir. Eso me impacienta. No entiendo qué cojones pasa. Ana está tranquila. Parece que no le importa el retraso. A mí sí.
Joder, Ana. Tardan mucho en servirnos. Es intolerable. Me están tocando los huevos.—
—Mira, ahí viene con tu plato.—Cierto. Ana ve a mis espaldas al camarero con un plato rectangular. Rissotto vegetal. Siempre pido rissotto vegetal cuando voy a La Petit Bretagne. Es una elección que no me cansa. El que me cansa es el puto camarero de los cojones.
Fulmino con la mirada al chico que me trae la comida. Sin pensarlo, cojo el tenedor y ataco al rissotto. Justo cuando cargo el cubierto con el arroz y las verduras, levanto la vista hacia Ana.
—¿No te importa que empiece a comer, no?—Pregunta retórica a todas luces.
—Sí, bueno, ..., eh, mi comida está a punto de llegar. ¿Puedes esperar unos minutos?—
—¿Esperar unos minutos? ¿Estás de coña? Claro que no. ¿Qué más te da que empiece a comer ahora mismo? ¿Te afecta en algo?—
—Vinimos a comer juntos. Si empiezas a comer ahora, no comemos juntos.—Ana consigue sacarme de quicio más rápido que el camarero.
Claro que estamos comiendo juntos. Yo empiezo ahora y tú ya empezarás. ¿Cómo que no estamos comiendo juntos? ¿Eres una puta loca o qué?—
—Tienes que esperar a que traigan mi comida. Un poquito de educación, por favor.—Ana también se cabrea. Estupendo.
—Pero, ¿qué clase de persona eres? Te hice una pregunta retórica. Tenías que haber dicho "no, no me importa". ¿Qué cojones dices? "Sí que me importa, sí que me importa". ¿Qué sales, de un puto zoológico de majaderos? Eres una hija de puta esnob de primera. ¡Que te den por culo!.—Creo que acabo de perder los papeles por completo. Ahora que volvía a tener una cita, que iba a volver a tener sexo, lo estropeo. Pero es verdad, ella me provocó.
Ana me tira el vaso de agua a la cara. Aprieto el cuchillo con fuerza y, por un segundo, dudo entre abalanzarme sobre ella y quedarme sentado. Opto por la calma. El restaurante está lleno. Incluso tuvimos que congelarnos en el reservado de la entrada, apiñados con otras parejas, mientras esperábamos que desalojasen una mesa. Intento autoconvencerme de que lo mejor es dejar pasar este incidente. Ya tendré ocasión de que no caiga en saco roto.

Melancolía

Creo que todos sobrevaloramos las situaciones que generan tristeza. Estoy convencido de que añoramos, por irracional que parezca, experimentar la desolación. En alguna época debí de ser feliz, pero no recuerdo que hubiese estado especialmente motivado por ello. Mi creatividad se veía coartada. El resto de mi vida fui desdichado. Así fue como me sentí y como me siento, aunque no estoy seguro de que tenga correspondencia con la realidad.
Me gusta sentir el desamor. Despierta en mí una necesidad creativa inigualable. Necesito el desamor, el rechazo, el desprecio para crecer interiormente y sobreponerme. Me gusta tener motivos para sentarme a escuchar música triste y beber un vaso de vodka mientras pienso en que no tengo ninguna obligación. Sentado en el sofá, sin más ruido que la música, con los ojos cerrados y con el vodka surfeando por mis papilas gustativas.
Puede que sea demasiado tarde para cambiar. He hecho cosas que no podré ocultar indefinidamente. Pero, lo cierto es que tengo impulsos por cambiar mi rutina de días vacíos. Ansío enamorarme de nuevo o, al menos, reconfortar mi estado de ánimo con sexo, buen sexo, claro. Lo primero es mucho más difícil de conseguir que lo segundo. No obstante, puedo conseguir ambas cosas. Soy capaz de eso y de más.
Nadie sabe lo que hice. De todos modos, percibo que mis vecinos no me miran con los mismos ojos de antes. Sí, soy consciente de que he mutado en otro ser y de que, ahora, ya no hay vuelta atrás. Quisiera cambiar todo de un golpe, pero es imposible. Veo con claridad que sólo hay dos caminos: el óbito o la continuidad. De momento, opto por seguir. Pero no sé por cuanto tiempo. Sólo yo puedo ponerme fin a mí mismo. Y no quiero que, antes de que eso ocurra, me pongan delante de un juez. Eso, jamás.