Paseo nocturno

Durante unos minutos, puedo ocultarme de mis pensamientos. Me evado de la realidad en la noche. Me dejo llevar, otra vez. Son las tres y media de la madrugada y el Orzán está repleto. Demasiada gente, demasiado ruido, confusión. Apostaría mi vida a que el ochenta por cien de los coruñeses que veo están borrachos. Sonrío. Inconscientes. Ajenos a mi presencia. Ellos no saben que ni siquiera yo sé de lo que soy capaz.
Esta noche, había salido con unos amigos y, ahora, estoy de regreso, camino a casa. Todos nos fuimos dispersando poco a poco. Visto una camisa entallada azul celeste con cuello italiano, un pantalón gris oscuro con raya, unos zapatos negros clásicos y, para protegerme del rocío, una chaqueta de cuero negra. Miro a la gente con extrañeza, quiero ver su reacción al percibir mi presencia. No es que no esté agusto con la ropa que llevo, sino que no me encuentro cómodo con mi pinta. Al afeitarme esta tarde, decidí dejarme bigote, un bigote sin mucho espesor, plagado de pelos rubios, más claros que el poco pelo que me queda en la cabeza. El contraste de tonos y mi vestimenta me hacen pensar en mí como en un mafioso eslavo, eso es lo que creo. Pero la gente no se percata de nada.
Cambio de ruta. en vez de seguir por Juan Canalejo, decido dar una vuelta por el Paseo Marítimo. Me siento agresivo, sin deseos de nada en concreto, aunque sí con ganas de tener actividad física. No puedo soportar el calor que hay en mi interior, así que desabrocho la chaqueta. Llego al paseo. La brisa que viene del mar satisface mi necesidad de sentir frescor en la piel, algo que calme mi ansia por desahogarme. Camino a un ritmo acelerado, nadie lo hace tan rápido a esta hora. Apenas se ve gente en el paseo. En vez de dirigirme hacia mi casa, cambio de rumbo de nuevo y voy en dirección a la Domus.
Con la mente en blanco, me acuerdo de los Blues Brothers y su versión de "Gimmie Some Lovin'". Canto sin elevar en exceso la voz y silbo cuando no interviene el solista en la música. Ya pasé la Casa del Hombre, estoy en As Lagoas. En frente del reloj de mano gigante de la plaza, hay una rampa por la que se puede acceder a la orilla del mar—una pequeña cala y rocas que bordea el paseo hasta cerrarse el camino a la altura del Aquarium Finisterrae—. Bajo. La miopía me impide estar seguro, pero creo distinguir una pareja intimando en un apartado, sobre las rocas. Me da igual. No voy a cambiar mi recorrido por ellos. No tengo las gafas de sol de Jake Blues—John Belushi—, pero voy a hacer como si no los hubiera visto, seguiré mi camino.
Al pasar al lado de ellos, no puedo evitar mirarlos de reojo. La situación es muy violenta. Nos separan menos de dos metros y el chico, que está encima de su pareja, me mira con desprecio. Con la respiración entrecortada me recrimina mi actitud:
Lárgate, mirón. Que te den por culo.—Bastaba esto para que yo estallase. Me detengo, paro de cantar y le miro fijamente.
—¿De qué vas? Yo voy a lo mío. ¿Te haces el chulo con tu novia, eh? Que te den por el culo a ti, hijo de puta.—Si quiere problemas, yo también.
—Déjale, tío, ¿no ves que va borracho? Olvídalo.—Las recomendaciones de la novia, amiga o lo que quiera que sea la chica con la que folla no impiden que mi nuevo enemigo interrumpa el coito, se suba los pantalones y me presente cara. La mujer se aparta y se respalda en una roca.
—Hay que joderse, el puto mostachín quiere tocarme los cojones. A ver, mamón, a ver si ahora sigues dando el coñazo.—Dicho esto, el individuo se abalanza contra mí. Por su forma de moverse, es fácil deducir que está ebrio. Lo esquivo sin dificultad y con el codo le doy un golpe seco en el costado izquierdo. Cae al suelo.
—Mamón. Te voy a moler a hostias.—Se incorpora de nuevo y trata de embestirme. Ahora, las posiciones son inversas a las de la situación anterior. El mar está a mi espalda y soy consciente de ello. Cuando lo tengo casi encima, me aparto y, aprovechando la inercia de su movimiento, lo empujo, dándole un impulso suficiente para que se precipite al mar. Debe haber unos cinco metros. Las rocas que sobresalen en el agua y el oleaje es muy fuerte. El chico grita, pero sólo lo oimos dos. Tras hundirse en el mar, sale a flote, pero ya no se mueve. Su novia también grita.
—Cállate joder. Él se lo buscó. Calla puta.—No es que sea un hacha calmando a la gente.
Ella está muy cerca del precipicio. No puedo dejarla escapar. Me acerco a su posición y ella se levanta. No tiene salida, es el mar o yo. Elige luchar conmigo, pero es muy tarde. Apenas logra avanzar unos centímetros en mi dirección. Me agarra con fuerza, pero consigo ponerle la zancadilla. Aunque me siga agarrando, una vez en el suelo, está perdida. Le doy dos patadas en el costado con la mayor fuerza que puedo. Luego hago lo mismo con su cabeza, después piso su cara compulsivamente unas seis veces. Está aturdida. Sólo me queda tirarla al mar. Y lo hago. Miro hacia arriba. No hay curiosos en el paseo. Vuelvo a caminar, ahora hacia mi casa, y vuelvo a cantar "Gimmie Some Lovin'".

1 comentario:

Anónimo dijo...

dos cadáverés más, de esta no te libra ni pifi: detrás de ti, en un edificio de cinco plantas, un tipo que se estaba masturbando viendo a la pareja y que presencia la escena. No llama a la policía, se queda perplejo pero le gusta la violencia final de la escena. Te ha visto. Te ha visto. Ahora sólo queda recordar de qué le suena la cara... "Tal vez sea el tipo con cara de eslavo que corre cada día por el paseo marítimo", piensa. Tal vez