El despertar

—Hipócrita, sencillamente hipócrita. Perversa, te burlaste de mí. Con tu savia fatal me emponzoñaste y sé que inútilmente me enamoré de ti.—El sonido del teléfono vuelve a sobresaltarme. Estaba casi dormido sobre un sofá lleno de polvo escuchando un bolero de Los Soberanos. En la sala, sin apenas luz a pesar de ser las cinco de la tarde, destaca la pantalla de cuarzo líquido del fijo. Tardo unos diez segundos en incorporarme, aclarar mi visión y descolgar.
—¿Sí? ¿Quién es?—Hace tres meses que no me llama nadie. Tres meses de soledad voluntaria, viviendo en un piso con las ocupaciones de respirar, dormir, comer y ensuciar. Ni siquiera tengo ganas de aventurar quién puede ser el desafortunado que ha perturbado mi sueño.
—¿Qué pasa, guapo? Cuéntame cosicas.—Pedro.
—No hay mucho que contar.—Vuelvo a mirar la hora. Me sorprende que sean las cinco de la tarde; no sé por qué, pero me sorprende.
—Igual, me voy por ahí dentro de unos días. Hace mucho que no paso por Galicia y así os hago una visita a todos. ¿Sí o no?—No tengo ganas de hablar. Ni con él. Es como si me acabase de despertar de un letargo.
—Mira, Pedro, ahora no es el mejor momento. Te llamo por la noche, ¿vale?—No lo voy a llamar.
—Vale, tío, tranquilo. Hablamos por la noche fenómeno. Vaya con Dios.—
—Y que a usted le dé suerte.—Un guiño quizás suavice mi negativa a charlar.
Hago un gran esfuerzo —todavía tengo los brazos entumecidos— y alcanzo el interruptor, lo justo para posar un dedo en él y encender la luz de la sala. Las persianas permiten que a las cinco de la tarde la sensación sea la misma que a las tres de la madrugada. Es un día con marchamo de noche. Me froto los ojos y me tumbo otra vez. Sólo pienso en la pereza que me supone espabilarme. Vuelvo a frotarme los ojos con desgana. Giro levemente el cuerpo y me incorporo en el sofá. Flexiono las piernas con lentitud y me incorporo mientras lamento los avisos que me dan mis músculos. Decido ir hacia mi habitación. Tardo más de lo habitual en llegar a la ventana y subir la persiana unos centímetros. Miro hacia afuera. Nada que ver.
Decido darme una ducha. Necesito una ducha. Conecto el reproductor de mp3 al hilo musical. Selecciono la carpeta de pasodobles taurinos interpretados por la Orquesta Municipal de Madrid. Suena "Gallito". La melodía me produce una sensación de alegría que combate mi aletargamiento. Bailo al son del pasodoble con una compañera imaginaria. Al superar el lateral de la bañera con mi pierna izquierda, siento un dolor punzante e intenso en la rodilla. Estoy a punto de caerme. Flexiono de nuevo la rodilla y vuelve el sufrimiento. Permanezco inmóvil. No entiendo por qué está pasando esto y eso, el no tener el control de la situación, me inquieta, me incomoda sobremanera. Estoy furioso, muy furioso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, me gustaría comentarte algo, pero ahora mismo no tengo tiempo. ya volveré por aquí. saludos.