Sangre en el bolsillo

Parece como si el techo se cayese poco a poco sobre mí. Está amaneciendo. La claridad que se cuela por las pequeñas rendijas de las persianas me permite ver con suficiente nitidez. La pintura en picado aumenta la sensación de que se me va a caer el techo encima. Por un momento me fijo en la lámpara y vuelvo a mi realidad. El techo no se cae. Noto húmeda la sábana en la que reposo, sobre todo, la parte que tapa mi lado izquierdo. Giro la cabeza con pereza y la veo allí. Comienzo a recordarlo todo. Lloro ahogando los lamentos. No hay nada que hacer ya, de nada sirve arrepentirse, pero, por una vez, siento necesidad de hacerlo.
A mi izquierda, la cama está teñida de rojo oscuro. Yace a mi vera la rubia de anoche. No me acuerdo de su nombre, creo que ni siquiera se lo pregunté. Las sábanas están empapadas en sangre. Ella, con los ojos abiertos, también miraba hacia el cielo. Está desnuda. Me fijo en que era muy bella, digna de un final mejor. Recuerdo que estábamos borrachos. Subimos a duras penas las escaleras hasta su casa, un quinto. No hubo tiempo para juegos previos, los dos queríamos sexo ya. Follamos tanto tiempo que ahora todavía me escuecen los ojos del sudor que me entró en ellos. Luego se quedó dormida. Fui a la cocina a beber agua y, al ver un cuchillo, lo tomé por el mango y regresé a su dormitorio. Sin mediar palabra alguna, le incrusté el cuchillo en la cabeza. Atravesé la piel, la carne, el hueso temporal y, finalmente, la vena yugular. No había marcha atrás. La acción fue rápida a pesar de la dureza del cráneo. Acometí con fuerza y decisión. Ella intentó gritar, o eso parecía, pero sólo fue capaz de abrir la boca, como resultado de un espasmo, y perdió el conocimiento víctima del dolor.
Al retirar la hoja del cuchillo de su cabeza, la sangre comenzó a brotar. La taponé con un trozo de tela de la sábana. No fue muy efectivo, aunque mitigó el derroche de líquido. Las sábanas cambiaron rápidamente de color. Y yo, cansado, me tumbé a su lado y cerré los ojos. Hasta ahora, poco tiempo después. Por eso lo recuerdo tan bien. No quiero recordar, quiero olvidarlo. No quiero saber por qué lo hice, ni quiero saber si lo volveré a hacer.
Ahora, me escandaliza más cómo desmarcarme de mi acto que lo que he hecho. No puedo dejar huellas. Creo que anoche no nos vio ningún vecino subir a su casa. Espero que sea así. Empiezo a vestirme, tengo que salir de ese piso cuanto antes. No sé si vive sola o no. Debo darme prisa. Me pongo el pantalón. Asiento los bolsillos. Al meter la mano me doy cuenta que están también encharcados en sangre. Saco el forro del bolsillo de la pierna derecha. Es de color granate por la sangre. No sé cómo llegó allí. Me asusta no encontrar explicación a eso. Estoy desesperado. En mi cabeza, sólo hay una idea: largarme ya. Me pongo la camisa, me calzo y me voy. La casa está marcada. Huellas, tal vez algún objeto personal, el cuchillo, ... No me importa. Necesitaba irme de ese lugar y me fui. Punto.

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