Al volver a casa

Tendría que haberlo visto. No valen las excusas. Tengo el corazón tan revolucionado que ya casi me preocupa más que lo que ha pasado. Debo de estar colorado al máximo, a punto de estallar. Avanzo marcha atrás un metro y aparco en la acera del otro lado de la calle. Bajo del coche con más prisa que nunca. Tengo miedo. No quiero ver, pero quiero ver, quiero saber lo que he hecho. Aunque ya lo sé.
Cruzo la calle. La cuesta es pronunciada y la sangre baja de forma rápida pegada a la base del bordillo de la acera. Le doy una patada. Nada. Le tomo el pulso en la yugular. Al girarle la cabeza para encontrar la vena me asusto: tiene un lateral perforado, sin cabello, sólo piel desgarrada y ensangrentada, una brecha en lo que parece el cráneo y masa cerebral que brota de allí. No puedo asegurarlo con certeza, pero ¿qué otra cosa puede ser? Poso su cabeza en el asfalto con delicadeza, como si eso fuera a importar. Está muerto. Bien muerto. Tiene toda la pinta de ser un drogadicto, pero no podría decir.
Le remango los brazos, busco sus venas trombotizadas por chutes de heroína y las encuentro. Ahora, tengo una prioridad y no es el muerto. Mi prioridad soy yo. Soy culpable de asesinato, involuntario, pero asesinato, sin lugar a dudas. Debía haber estado más atento a la carretera. No debía haber mirado a la pantalla del ordenador del coche para ver el número de corte de la canción. No debía haber rodeado el Ventorrillo simplemente para disfrutar del placer de conducir por vías desiertas. No debía haber frenado tan tarde. Debía haber girado, no había coches en el otro carril; un volantazo le habría salvado la vida. No debía haber bajado el coche esta noche. Debía haber hecho tantas cosas...
Demasiado tarde para lamentarse. Es momento de actuar. Y hacerlo bien. Tengo que decidirme rápido, tengo que determinar si voy a apechugar con lo que hice o si hay algún modo de ocultarlo. Me sorprende que siquiera me plantee esta disyuntiva. Jamás creí que pudiese cuestionar actuar de un modo inmoral, yo nunca haría eso. Pero lo estoy haciendo. Y debo hacerlo bien, ahora no puedo fallar, no más errores.
Por suerte, tengo un plástico de cuatro por cuatro metros que guardo en el maletero desde que traje fruta de la aldea hace dos meses. Lo dejé por pereza y, claro, ahí sigue. Hoy, me puede salvar. Agarro el cuerpo del drogadicto por las axilas y lo arrastro de un lado al otro de la calzada. Avanzo unos cinco metros hasta llegar al coche. Mis brazos están llenos de sangre y, por un momento, me preocupa la posibilidad de contagio del VIH, pero lo olvido al instante. Abro el maletero y saco el plástico de la fruta. Lo extiendo en el suelo y pongo el cadáver encima. Con dificultad, enrollo el plástico de tal forma que el cadáver quede envuelto y, con mucho esfuerzo, logro meterlo dentro del maletero. No creo que pese más de sesenta kilos, aunque mida 1,80, es muy flaco. Supongo que ya ha cumplido los treinta hace más de una década y, por su olor, la higiene no es su fuerte. Estoy a cien metros de Penamoa y a otros tantos de mi casa. Espero que nadie lo eche en falta y espero también que ningún vecino me sorprenda. Cierro el maletero y me voy apresurado al garaje.
Tras lavarme los brazos en los aseos del garaje, compruebo que, milagrosamente, la parte frontal de mi coche, un Peugeot 206 plateado, está intacta. No me lo explico. Voy a casa con una lata de aceite que tenía en el coche. Se me ocurrió que el aceite con jabón podría limpiar la mancha de sangre de la calzada, recuerdo vagamente que así lo hacen los bomberos para eliminar la gasolina tras un accidente, ¿o emplean acetona? No sé. En casa cojo dos frascos de gel y otros dos de lavavajillas. No tengo más. Vierto el aceite y los jabones en un cubo, ya en el lugar del accidente y, con una escoba, froto fuerte el asfalto manchado. Es increíble. No hay ni un alma. A un lado monte, al otro lado de la calle, edificios. Y sólo el ruido de la escoba al frotar con el chapapote seco y el ruido del viento que mece los árboles de San Pedro. La sangre bajó hasta la primera boca de alcantarilla. Ahí me desentiendo. Lo he hecho bastante bien. Apenas queda mancha.

No hay comentarios: