Tarde de fútbol

Me esfuerzo por distinguir lo que hay al otro lado del parabrisas. La lluvia no ayuda al dejar el cristal repleto de gotas que, gracias a mi miopía y al hecho de que no lleve las gafas puestas, se convierten en un obstáculo insalvable a la hora de conducir sin riesgo. Un repartidor de Recambios Regueira avanza entre los dos carriles en su motocicleta asumiendo bastante más riesgo que yo. Los baches de un asfaltado destrozado por el tráfico constante los notan nuestros dos vehículos. Otra vez paramos. Un solo semáforo ralentiza todo el tráfico en la salida del Polígono de A Grela. Los cristales del coche se empañan por dentro. Tengo que poner el ventilador alto, pues no tengo aire acondicionado, y apenas logro escuchar la música que suena en mi lector de cedés. Creo que es “Let’s Stay Together” de Al Green. Me gusta. Subo el volumen hasta que quedo satisfecho.
—El Dépor-Sevilla es un partido muy interesante Chiño, piénsatelo. Yo abogo por ir.— Comenta Pablo. Aunque no le gusta reconocerlo, Pablo es un fanático del Deportivo. Algo mayor que nosotros, a veces, Pablo parece actuar como si estuviese bajo la presión de marcar diferencias por su veteranía, como el capitán de un equipo o el encargado de un turno. A pesar de todo, es una de las mejores personas que conozco, por no decir la que más. Aguanto sus ataques de arrogancia con agrado. —Vamos, Anxo, baja eso. Y ¿qué coño es ese ruido? Vamos a volvernos locos. Haz algo. Apaga algo. Lo que sea.— Protesta.
No con prisa, bajo el volumen de la música. Pablo sigue quejándose, pero no pienso apagar el ventilador, ya lo estoy pasando bastante mal con la lluvia como para lidiar con otro hándicap. Llevo una camisa de Zara negra de algodón y de cuello duro. La llevo por fuera del pantalón —lo habitual es que la meta por dentro, algo que provoca las críticas hacia mi forma de vestir por parte de Julio y Pablo, para los que soy un hortera—, un pantalón veige claro con bolsillos de cremallera, de tela muy fina y gomas tensas a modo de cinto. Calzo mis inseparables Tex marrones y negros sin cordones, que no se podrían clasificar ni como zapatos ni como zapatillas deportivas. Pablo viste una camiseta gris azulado de algodón, un pantalón negro de algodón y calza unas Adidas marrones clásicas. La camisa de Julio es de Springfield, azul marino, lleva un pantalón de pana veige oscuro y unos zapatos de piel marrones.
—Entonces, ¿vamos a Riazor?—Pablo.
—Hombre, no regalan las entradas precisamente y a mí tanto me da, la verdad. No es plan de gastar 20 euros por jeta.—Digo yo.
—Chiño, a mí me sobra el dinero—Contesta.
—Yo tampoco tengo el Dépor-Sevilla entre mis prioridades. ¿Qué tal si vamos a un bar y lo vemos tomándonos un algo?—Julio.
—Tilo no es por nada, pero Guille seguro que quiere ir. Además, puede conseguirnos entradas.—Dice Pablo. Guillermo es un comercial que tiene trato con casi toda la directiva del Deportivo y, en especial, con Lendoiro.
—Lo llamamos y, si quiere ir, vamos, ¿vale? Nos quedamos con lo que diga el Negro.—Confío en que Guille esté aburrido de ir a Riazor por compromisos ineludibles de su trabajo y rechace nuestra propuesta.
—Ya está sonando....—Dice Julio.—Negro, tío, ¿qué haces? ¿Estamos el Mono, el Carca y yo decidiendo si ir a Riazor o no? ¿Qué dices?
—Seguro que dice que sí.—Pablo.
—Dice que ni de coña, que si queremos tomar un algo que nos vemos en La Fábrica dentro de una hora. Por la tele, Pablo.—Apunta Julio, tras escuchar a Guillermo.
—Que sepáis que yo quiero ver el fútbol en Riazor.—Protesta el Carca.
—¿Y qué?—Matizo.
Batista acaba de hacer el tercero del Sevilla. Aunque el Sevilla es el equipo que mejor me cae después del Dépor, no me alegro ni lo más mínimo. Cada vez me atrae menos el fútbol, pero todavía puede alterar un poco mi estado de ánimo o, mejor dicho, limitarlo. El Negro y su novia, Carolina, están a punto de dormirse. Ambos salieron la pasada noche y el día se les hace largo. El que más habla soy yo, como siempre. Pablo me corta como sólo él sabe hacer. Intento no sonrojarme ante su desprecio, lo cual es una tontería, no obstante, inevitable. Acaba el partido y decidimos ir a Santa Cristina. Deciden ellos. Yo no. Callo —increíble—. En el coche suena “I Want Love” de Elton John.
Nos despedimos tras caminar cincuenta metros desde la entrada del Bitácora. Tras “I Want Love”, sonó “Sacrifice”. Sigue lloviendo. Tras las bromas de rigor, que en realidad son insultos disimulados por risas con los que nos mostramos nuestro afecto, nos decimos adiós. —Recuerdos a tu novia, Mono. Que te carguen. —Guille, siempre tan locuaz.
—Que te den a ti, que te gusta por detrás, mamón. Ah, el martes hay partido, ¿no? ¿A las once? Bueno, quedamos.
—Sí, a las once en La Sardiñeira. Los vamos a pulir. Chao, tío. —Se va Guille.
—Chao, Anxo. Cúidate. Y búscate una novia, así podemos ir de parejitas a comer por ahí, ¿qué te parece? —Carol alcanza a Guille y abre el coche. Se despiden con la mano. Yo les devuelvo el saludo.
Mierda. Sigo con el cedé de Elton John en el coche y suena “This Train Don’t Stop Anymore”. ¡Viva la alegría! Apago la radio. No. Lo pienso. Cambio el cedé. Pongo “Living On My Own” de Freddy Mercury. Casi biográfica y, a pesar de que no mejora nada el ambiente triste, gana en ritmo y en viveza. Gran transición. Me felicito mentalmente por mi elección. Arranco y deja de llover. El reloj del coche marca la una y veinte de la mañana. Muy tarde y muy temprano. La gente cruza la calle con determinación sorprendente.

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