El día después

Lo bueno de estar en el paro es el tiempo libre. Hay tanto que no sabes como gastarlo. Hasta lo desprecias. La tele y el ordenador me ayudan a ganarle la partida al reloj, o eso quiero creer. Mis problemas crecieron inesperadamente anoche y necesito soluciones. Lo primordial es encontrar un modo de deshacerme del cadáver. Pienso que la solución puede ser una confesión que encuentro en un foro de internet. Un aldeano le echó cal viva al cuerpo de su perro, que atropellaron en la carretera que pasa por delante de su casa. El resultado fue óptimo: al cabo de dos semanas no se podría decir qué había sido aquel mejunje antes. Eso voy a hacer, cal viva. Ya es de noche. Llueve con fuerza. Tras aparcar el coche con el maletero a un metro de la puerta de la casa, cierro el portal de la finca. Nadie se dio cuenta de que llegué a la aldea. Hace muy mal tiempo. Me da igual la lluvia. Abro la puerta principal de la casa y después la del maletero. Con decisión, agarro el cadáver por los pies y tiro con fuerza. Al sacar completamente el cuerpo fuera de mi coche, la cabeza golpea con fuerza en el suelo de cemento. El golpe no suena demasiado, pero el ruido es desagradable, como el que se produce al mover un bol con salsa. Arrastro el cadáver envuelto en el plástico hasta la parte trasera de la casa. Salgo a la era y entro en el cobertizo que hay adosado a la casa arrastrando a mi víctima. Allí tengo lo que necesito: un hacha. En el cobertizo, guardo madera para la chimenea y, por supuesto, hay un hacha. Debo despedazar al muerto para que la cal viva penetre con mayor facilidad en los tejidos y se agilice el proceso. No es un placer hacer esto, pero lo hago. Quiero olvidarlo todo cuanto antes. Y cuanto antes desaparezca el cadáver, mejor será. Espero que este incidente no me cambie como persona, aunque me temo que no va a ser así.
No estoy acostumbrado a manejar un hacha. Ejecuto mi propósito con poca destreza. Es más complicado de lo que pensaba. Los tendones se desgarran y no acaban de romper del todo. Los huesos son lo peor: más duros de lo esperado. Tengo que dar varios hachazos para romper algunos. Es asqueroso, pero, con el tiempo, cada vez me lo parece menos. Pienso en un carnicero y ... funciona.
Ya está. Aquí no ha pasado nada. Nadie tiene por que saber nada. Nada. Cuando le eché la cal, la sangre, ya muy espesa, la tiñó de rojo oscuro en segundos. Después, metí cada trozo en una bolsa de plástico de Carrefour y, uno a uno, los fui depositando en un hoyo que cavé minutos antes. Una vez tapado el hoyo, le eché por encima rastrojos para evitar las suspicacias de los vecinos. Nadie miró lo que hacía, pues lo hice sin apenas luz, esperé a la madrugada. Tengo que confiar en mi suerte. Al subir al coche para regresar a A Coruña, puse "Que me hace daño" de Benny Moré. Necesito un bolero para serenarme y pensar en otra cosa, por ejemplo, en el desamor. Sólo queda olvidar.

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